miércoles, 21 de noviembre de 2007

Crónica de un examen anunciado

Para robarle una sonrisa a la Chachis.

Son casi las siete de la mañana, las instalaciones de la escuela preparatoria “Monte Bello” comienzan a recibir a los primeros profesores que se autodenominan “el clan de las siete”; los intendentes recogen la basura y el polvo de la jornada anterior; los alumnos con sus rostro abotagado del descanso nocturno y espavilandose el sueño como autómatas dirigen sus pasos humildemente hacia el interior de las aulas; el coordinador académico del plantel muy servicial y esbozando su peculiar sonrisa les da los buenos días a sus madrugadores docentes y les abre la puerta de la dirección; como todas las mañanas les invita el aromático café que amablemente prepara para deleite de ellos.

Es periodo de exámenes y la tensión de los jóvenes se deja entrever, manos sudorosas a pesar del clima frío repasan los cuadernos escolares una y otra vez tratando de enganchar la mayor información posible, que como carbonato repetirán en defensa de su examen. Las sillas se acomodan estratégicamente procurando siempre quedar a un lado del “cerebrito”, al cual le podrán sustraer toda la savia intelectual desde lejos haciendo ojos de cangrejo o vista de halcón según la situación.

El profesor sinodal faltando cinco a las siete entra al salón, bajo el brazo trae el fajo de exámenes, y el termómetro de presión cardiovascular registra el máximo; los barullos se dejan escuchar y el docente como toque de diana comienza a acomodarlos de acuerdo a su modo de percibir la astucia de éstos; el pase de lista reglamentario comienza, posterior a esto se reparten uno a uno por filas los materiales mediante los cuales demostrarán sus habilidades y destrezas adquiridas a lo largo de tres meses en las clases.

Los primeros treinta minutos de un examen son de concentración absoluta, infinidad de ideas invaden el ansia por responder cada una de las intrincadas preguntas, que curiosamente conforme avanza el tiempo se empiezan a poner cada vez más escabrosas; de forma extraña los alumnos empiezan a padecer una serie de enfermedades vírales como sinusitis, estornudos violentos, humedad nasal, ataques de tos y posibles alergias gripales. Transcurrida la hora comienza la amnesia, y la desesperación invade aquel recinto que horas atrás fuera un campo de concertación del camuflaje y la estrategia del copiado; en esos momentos de tensión en los cuales transcurre el examen surgen los deseos de comparar las respuestas con las de los demás o simplemente con las del genio orador de las clases.

Precisamente en ese lapso de tiempo, alguien de la “concentrada concurrencia”, cuestiona los planteamientos argumentados por su profesor en la estructura de una pregunta y esto se comienza a diseminar entre todos los alumnos como sombra de la duda; espacio temporal que es aprovechado por los más hábiles plagiadores de exámenes que sin miedo a las leyes que existen sobre el derecho de autor, se apropian transcribiendo con algo de sinécdoque las respuestas de sus inteligentes colegas, alivio que es casi comparado al de poseer la llave que abre la caja de pandora.
A la hora con veinte minutos algunos chicos entran en un profundo letargo que resignadamente les dicta que su capacidad intelectual ya no da para más, entrando a lo que se podría denominar estreñimiento cerebral; otros en estado de vigilia esperan como si se tratara de un concurso a obtener algún premio de consolación. Enormes explosiones de compañeros que se descongestionan sus fosas nasales, intercambio de gomas para borrar y saca puntas de lápices, son una fuente del trueque de la fluida información que secretamente se suscita.

Chicos atónitos mirando al techo del aula, como plegaria al dios de las respuestas buscan abrir el desván de su mente para tratar de sacudir aquellos contenidos académicos que el polvo de la televisión, las revistas de la farándula y el ruido de las discotecas oxidaron. Como eslogan de un comercial chocolatero sienten un hueco en su estomago aunado al del cerebro que lentamente clava la estaca de la incertidumbre; con ojos tristes los que permanecen en su silla ven alejarse a sus colegas, y el fantasma del morbo por saber que respuestas escribieron los demás ronda por su pensamiento, y da inicio el bocifereo en los pasillos de los que ya terminaron, entre burlas, tristeza y enojo es recordado aquel fatídico día, como preámbulo al holocausto estudiantil que se avecina cuando se les de a conocer sus resultados.

Rostros de jubilo y decepción se dejan entrever, como si fuera la final de un encuentro deportivo de las olimpiadas. Los que se quedan al final siempre dejarán una duda al sinodal, o son los más inteligentes y responsables o se quedan por la inercia de copiar; afuera los muchachos ya tranquilos les invade una hambre y sed terrible que los hace dirigirse a la cafetería del plantel, pues lo difícil ya ha pasado, y para el examen de mañana todavía falta mucho.

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