miércoles, 1 de octubre de 2008

¿Por Piedad?

Hace algunos años cerca del ocaso del siglo veinte un reconocido periódico de circulación chilanga publicaba la lista de los diez empleos más rentables del siglo XXI, en ese listado figuraban el de bailarina desnudista, vendedor de software piratas, limpia parabrisas entre otros, el de mayor solvencia económica que se hacía hincapié fue el de pordiosero. Efectivamente a pesar de que se lea algo peyorativo esta nueva “profesión” tiene sus ventajas, por un lado está el hacer un lucro con la caridad de las personas y por otro abusar de la lástima que ocasiona el observar gente que vive supuestamente más jodida que uno.

Lo anterior trae a la memoria una vez en pleno centro de la ciudad al filo de las 14 horas esperando el milagro de poder abordar un taxi entre el tráfico kamikaze que en ese momento circulan, me vi en la necesidad de compartir el automóvil con una señora que recibe limosna afuera de catedral sentada en una silla de ruedas, el chofer compadecido por el aspecto de la mujer me dijo que si antes de llevarme, la dejáramos a ella, obviamente que como todo caballero accedí; cual no sería nuestra sorpresa que cuando la anciana descendió del coche y después de pagarle al conductor con moneda fraccionaria se introdujo a una casa que en realidad sin abusar de la humildad era el doble de mejor que la mía, muy bien cuidadas las áreas verdes, ostentosa y de acabado rústico.

La verdad que causa mucha conmoción el tratar este asunto ahora que existe una cuidadosa y extremada campaña por concientizar a la sociedad sobre los esfuerzos que hacen aquellos que tienen alguna discapacidad física; pero tampoco es válido que ciertos individuos utilicen la argucia de ser diferentes para obtener ciertos beneficios, los cuales a la larga bien pueden calificarse como una forma de chantaje.

¿A qué va todo esto? Resulta que una vez en mi papel de profesor impartí clases a un grupo en donde formaba parte un estudiante invidente; como era de esperarse todos mis colegas docentes le brindábamos un trato especial, como por ejemplo sentarlo en la primera fila para que tuviera una mejor audición, leerle y explicarle las tareas de manera personalizada, y, clásico, en periodos de exámenes se le dejaba al último para aplicárselo después de forma oral o en su caso leerle las preguntas para que nos fuera proporcionando las respuestas.

Como era de esperarse siempre hay algunos que con el pretexto de la sana convivencia grupal bromeaban sobre este asunto, y como ustedes saben entre broma y broma solía manifestarse la incomodidad ante tal proceder; argumentando que los resultados obtenidos por el joven era gracias a que mientras esperaba el momento de la aplicación escuchaba los comentarios que hacían los demás acerca del contenido del examen, con lo cual se daba una idea de las preguntas y por ende podría anticipar las respuestas.

Entre los comentarios a manera de burla que expresaban hubo uno que atrajo mi atención, la sugerencia de que cuando le aplicará la prueba le pidiera que se abstuviera de introducir sus manos en los bolsillos delanteros del pantalón, detalle que no había reparado, así que con el alfiler de la duda decidí prestar atención a tal observación y opté por indicarle que no ejecutara este ademán durante el tiempo que realizará el examen; mi sorpresa fue enorme al percatarme que el sujeto se negaba rotundamente a responder a cada pregunta, justificando que estaba muy nervioso y anteponiendo a favor que lo dejará introducir las manos en el pantalón, ya que esto le brindaba seguridad, además de que así siempre lo ha hecho y yo era el único que se lo evitaba.

Por supuesto que bajo tal pretexto me puse aun más estricto y no accedí ante ello, por lo que el estudiante no tuvo otra opción más que acatar la orden. Lo triste fue que una vez concluida la prueba al calificarlo sus resultados fueron reprobatorios; de forma inmediata hice del conocimiento al director lo acontecido y finalmente el estudiante terminó por aceptar que en todas las pruebas hacia trampa gracias a la ayuda de diversas tarjetitas con los contenidos de las asignaturas a evaluar escritas en braille, razón por la cual siempre obtenía excelentes resultados.

Es una pena que acciones como las anteriores demeriten nuestra razón altruista en relación a las personas que viven con alguna dificultad física, de igual forma no hay que olvidar que estas personas también son humanos ordinarios y de forma semejante a nosotros ellos a veces les gana la ambición motivada por el deseo de superación y de competitividad, razones por las cuales no escatiman el desaprovechar la ventaja que les otorga su situación.

De igual forma reconozco a aquellos individuos que a pesar de su problemática desarrollan un empleo digno como lo es el vender periódico, hacer manualidades o artesanías en empresas y talleres, en lugar de engañar o estafar a los demás.

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