miércoles, 15 de octubre de 2008

Una muerte elegante

En la actualidad nacer sale más barato que morir, así como existen las clases sociales, así también hay paquetes de sepelios al igual que panteones para los que somos clasemedieros y para los nice, es decir, cementerios de primera con sus respectivos mausoleos y de segunda con nichos jodidísimos. A pesar de tales diferencias los precios por tener un velorio digno son exorbitantes.

Algunas instituciones a través de sus sindicatos realizan una encomiable labor al sustraer de la nomina de sus agremiados cierto porcentaje para crear un fondo que cubra los gastos funerarios del trabajador que lamentablemente perdió la vida y con ello solventar económicamente a sus familiares; lo que resulta deleznable es la actitud de aquellos sindicalizados que al ver “afectada” su quincena salarial, no sólo recuerdan la memoria del difunto sino también la de su santa madre que lo parió, ¿Acaso por no ver afectada su cartera quieren que todos seamos Highlander el inmortal?

Una tarde de septiembre los habitantes de algunas colonias de nuestra ciudad salimos de nuestras casas curiosos de saber cual era el motivo de tanto estruendo producto de varios claxon, la sorpresa fue en parte extrañados y en parte creyendo que se trataba de una broma macabra; resulta que por las calles y avenidas principales desfilaba un convoy de carrozas pertenecientes a una conocida compañía funeraria, como agradecimiento de la preferencia por sus servicio y a la vez promocionar sus nuevos modelos de coches fúnebres.

El impacto publicitario en mi barrio al parecer fue positivo, pues doña Jacinta le comentó a Juanita que con esos carrazos a quién no le dan ganas de morirse; y como no mi estimado lector imagine dar su último paseo en una “Hummer” 2008, siendo usted la admiración de la gente, por supuesto que para ese entonces uno no estará conciente de lo que sucede alrededor y eso que el cuerpo según estudios científicos tarde en morir completamente un promedio de ocho horas.

Esa misma semana tocó a mi puerta una guapa dama que promocionaba el clásico paquete “Pague ahora y muérase después”, la mujer con su falda muy corta pero de larga lengua, estuvo a punto de convencerme con su discurso de que uno nunca sabe cuando se va a morir. En cierto modo tiene razón pues la vida nadie la tiene comprada y costearse un funeral que podría ser casi semejante al de un presidente o algún sultán árabe, pues bien vale la pena invertir, además con eso de que la muerte llega cuando menos se le espera y te puede tocar en la peor crisis financiera familiar, así usted como herencia les ahorra el gasto pasando a ser un cadáver exquisito y refinado.

Al final de cuentas hubo algo que no me terminó por convencer, resulta que en la letra pequeñita del contrato se incluía una cláusula en donde se especificaba que si después de haber cubierto los gastos de la inversión funeraria el contratante del servicio aun no moría debía de pagar el importe del incremento inflacionario que cada año afectaría al precio original y de no hacerlo se perdían todos los derechos.

Haciendo una cara más idiota que como es común y con cierto acento de inocencia, agradecí las atenciones de la voluptuosa chica, no sin antes decirle que con ese bien cuidado cuerpo que ella tiene lo único que puede es resucitar muertos; con una sonrisa pícara en sus labios me dejó escrito su número de celular al reverso de la tarjeta de presentación de la empresa funeral que representa, diciendo que estaba a mis servicios para lo que se ofreciera, híjole, ante la sugestiva insinuación uno nada más suspira y recuerda el compromiso que tiene con su esposa para evitar así caer en tentaciones.

En su clásico cuento “Peter Pan”, James M. Barrie, redactó en la voz del Capitán Garfio que la muerte era la última aventura de la vida, bajo cierta apariencia honesta uno puede asegurar que se está preparado para morir, pero la verdad aún no tenemos ganas de que nos enaceiten con los santos óleos.

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