miércoles, 22 de octubre de 2008

Cruzada contra la impuntualidad

Solía decir mi profesor de quinto grado de primaria que los relojes son como los burros nunca van al parejo, esta frase la expresaba con cierto desagrado cuando sorprendía a más de alguno preguntando por la hora; en cierto punto tenía razón, pero en lo que no se la doy es que a pesar de cada quien posee una pequeña diferencia en los minutos de su reloj, no se vale que esas diferencias las queramos hacer abismales justificando nuestros retrasos, olvidos de compromisos y falta de respeto hacia los demás gracias a los retardos injustificados que a veces cometemos.

A poco no es molesto esperar a que inicie la función de cine quince minutos después de la hora programada, y eso que a partir de que se oscurece la sala aún no empieza la película, sino que tenemos que empezar a ver los promociónales y estrenos próximos a exhibirse; igual de incómodo es tener que esperar a que los demás colegas docentes lleguen a la reunión de profesores y ésta tenga que iniciar hasta veinte minutos después de lo programado, y todavía peor el cinismo con que algunos van entrando justificándose con el pretexto de que no veían a nadie, por eso no ingresaban, óigame ¿Y los que estamos ahí acaso somos dibujos o invisibles? Además se escucha patética la disculpa que los directivos expresan para quedar bien con los que sí estuvieron a la hora exacta, “Por respeto a los puntuales vamos iniciar”, mientras uno por cumplir a tiempo con la cita, deja pendientes muchas actividades familiares o de índole personal.

Igual es un fastidio que a ciertos profesores que siempre llegaron treinta minutos tarde a cada sesión del curso o taller de capacitación, se le entregue una constancia con el mismo valor curricular que a los que fueron constantes y sobretodo cumplidos con el horario programado; esto me recuerda a mis alumnos que con frecuencia exigen sus diez minutos de tolerancia queriendo que se les deje entrar al aula sin falta ni retardo a pesar de haber llegado quince minutos después de la hora de inicio, y que decir del docente que arriba al recinto escolar veinte minutos después de su hora poniendo falta a diestra y siniestra a los estudiantes que aburridos de esperarlo se retiraron a otro sitio más productivo que el estar enmoheciéndose en el salón de clases, ¡Por favor que cinismo y falta de profesionalismo!

Que disgusto experimentamos cuando en el banco llegamos antes de que lo abran, según eso para ganarle unos cuantos minutos al tiempo, y el personal que labora en él están ahí encerrados algunos charlando disfrutando de su cafecito con galletas, otras dándose sus últimas pinceladas para verse más guapas que cualquiera de las clientas, mientras el reloj digital con sus numeritos rojos indica que ya se pasaron nueve minutos de la hora de apertura, mientras la clientela nos vamos multiplicando como el milagro de los panes y los peces dando origen a las prolongadas y cansadas filas; cuántos accidentes automovilísticos, infracciones de tránsito y mentadas de madre nos ahorraríamos si tan sólo saliéramos treinta o veinte minutos antes de nuestros hogares para llegar puntuales a la escuela, trabajo o negocio, en lugar de provocar ese nefasto tráfico producto de nuestra holgazanería.

Mi abuela siempre nos aconsejaba que no es puntual ni el que llega tarde, ni el que llega antes, el valor de la puntualidad radica en estar siempre a la hora exacta, pues esa actitud refleja muchas cosas, por ejemplo el grado de interés y respeto hacia las personas, la importancia del asunto a tratar en la cita, el nivel de compromiso social, etcétera; pero es una pena que en nuestro país la puntualidad nadie te la reconozca, es más si llegas siempre puntual pueden incluso tacharte de no tener una vida social o ser un sujeto que se angustia con facilidad.

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