jueves, 25 de noviembre de 2021

El muerto viviente.



Cuando supe de la existencia de estos espeluznantes seres dentro del bestiario fílmico, fue en una de El Santo, en cuya trama, El Enmascarado de Plata para rifársela tiene que viajar a la isla de Haití, con tal de rescatar a dos científicos mexicanos –¡momento, estimado lector! Desde esas épocas ya contábamos con individuos consagrados a las ciencias, es más, Paco y Pepe de Los Supersabios, se dedican a ello desde 1936–, que habían desaparecido bajo tenebrosas circunstancias, y como ustedes saben, tanto en esa isla como en Brasil, la santería, así como el culto a deidades africanas tiene su origen en el vudú, donde se cree que a través de la magia se logra la posesión de los espíritus y revivir a los muertos, que se conocen como zombies.

En otra cinta se pone de manifiesto el fenómeno zombi, nada más que esta vez Blue Demon y el Houdini región cuatro, Zovek, se agarran a trompadas con un grupo de muertos vivientes que, como aquel video de Thriller, abandonan las tumbas del cementerio en busca de asesinar a los vivos, por cierto aún no se les ocurría la loca idea de volverlos caníbales como hoy gracias a la serie de The Walking Dead, los conocemos.

Ahora que se aproxima mi cumpleaños número 53, y que indudablemente voy ingresando al primer semestre de hacerme mayor, ¡uy, qué pinches asignaturas me esperan! Pues me doy cuenta de que conforme pasan los años, paulatinamente uno se va transformando en zombie, gracias a esa mala alimentación –¡qué rica sabe la comida que deja transparente las servilletas de papel!–, fumar como chacuaco, echarte las chelitas bien elodias hasta ponerte mostro en fiestas o por puro gusto, el tiempo nalga que invertimos en las oficinas, lo mismo que viendo televisión y en mi triste situación escuchando música, lo cual provoca que se nos desconchinfle el corazón, los pulmones, el hígado, páncreas, modifique la glicemia, mientras que la ciática y el ácido úrico nos hacen caminar arrastrando los pies como las citadas criaturas del celuloide, si a ello le agregamos las reumas, ansiedad, colesterol alto y la obesidad, ¡híjole, esto pinta rete gacho! Pues sin estar conscientes de ello, día a día vamos muriendo.

Entonces, sin que nadie nos aislé, solitos nos apartamos del bullicio, las desveladas –que ya ni las aguantamos por cierto–, pues para un humano cuya red social siempre ha sido la calle, y no como ahora que se cae Facebook e Instagram y ya es el fin del mundo, alejarse del contacto de los demás, lo deja desarticulado de su entorno, cuyo consuelo es seguir esas modernas fotonovelas que son las selfies de cualquier red social y ver la vida de otros a través de Netflix, en fin, qué más puede pedir un muerto viviente a quien cada día le aceleran su cronometro.

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