jueves, 2 de diciembre de 2021

Mi niñez sabe a salsa de molcajete.



La década de los setentas produjo muchos cambios en estilos y actitudes sociales, fue el boom de la música disco con Bee Gees, Boney M y ABBA, entre otros, durante esos años de camisetas en nailon, pantalones acampanados de terlenka, perdimos a Jim Morrison, Elvis Presley y a Jimi Hendrix, nacen aquellos templos del morbo, las discotecas, donde los jóvenes religiosamente acuden a bailar desenfrenados los fines de semana gracias a la fiebre de Travolta, en fin, un escuincle que iba a saber de las dictaduras, los avances de ciencia, el terrorismo y las nuevas religiones. Sí, un Payasito de la Tele absorbía mis recién incubadas neuronas, además, ni me gustaba ir a la escuela, motivo por el cual, mamá con el Silabario de San Miguel, un folletito de ocho hojas impreso en rústico papel revolución y, los cómics de Editorial Novaro, me enseñó a leer, las matemáticas llegaron gracias a esas calculadoras Maizoro.

En 1975, tenía siete años, mi abuela Ramona y mi madre, de lunes a viernes se levantaban antes de las siete de la mañana a lavar pirámides de ropa de nuestros vecinos de La Colonia Magisterial, antes de empezar se sentaban a la mesa con mantel de plástico floreado a  tomarse un café bien cargadito y a punto de ebullición en la olla de barro, acompañados con sus respectivas conchas, cuernitos o espejitos, mientras a mí me hacían chocolate Rey Amargo en agua, sí, en esa misma mesa que los sábados se utilizaba para colocar la ollotota de pozole cocido a la leña que la abuela vendía a partir de las 6:30 de la tarde, esa mesa, que en aquella foto sepia de antaño se observa descansar los restos de uno de mis hermanos neonatos rodeado de rosas del patio y muchas veladoras.

Lo mejor de aquellas mañanas venía a las once, después de haber lavado un titipuchal, una vez que nos habíamos escuchado las radionovelas de KalimanPorfirio Cadena “El ojo de vidrio” y la de Julián Gallardo “El Redentor” por la RCN, se sintonizaba en el radio de transistores la XEDS Radio Juventud, que amenizaban con rolas de Leo Dan, Roberto Jordán, Mónica Ygual, muchos más, y era precisamente cuando la abuela, esa mujer que era medio canija con los demás, pero a mí me quería un chingo. No consentía a nadie, pero yo le decía: “Abuela, aviéntate una salisita, ¿no?”. Con sus manos roladas agarraba el molcajete, jitomates –al natural, sin azar–, chiles verdes y sal, echándole fuerza con la piedra, quedaba algo exquisito, que lo único que le complementaba era unas tortillas calentadas en el fogón y el centavo de moronas de queso seco que compraba en la tienda de la esquina. Ese es el sabor más chido que tengo de la infancia, y la imagen imborrable ese ritual de mi abuela Ramona que nunca faltaba después de haber lavado, el cual consistía en una Coca-Cola con un Sedalmerck, cuando le tomaba al chesco, ella me decía: “¡Hijo, esto es saludable!»

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