jueves, 7 de noviembre de 2019

Horario de invierno

Amigos, les comparto el gusto con que amanecí este domingo con el cambio de horario, éste es mi favorito, además, es como la película Back to the future, pues regresamos una hora en el tiempo -y sin el Delorean con el condensador de flujo, simplemente con los deditos-, esta vez mi cuerpo ni lo reciente, es más, lo agradece, ¡dormir una hora extra es de reyes! En lo único que sé extraña es que se modifican las horas de los atracones de comida, y es que una hora antes de los sagrados alimentos mi panza ya los pide.

Por seis meses o creo que son menos de este horario, me olvido de ajustar el ritmo de vida en aras de la ciencia como lo he venido haciendo desde hace 26 años con el detestable horario de verano, la neta, cuando entra en vigencia tengo que mentalizarme de que en realidad voy a gozar de más horas de luz solar -¡ay no manches!- y que vamos a ahorrar, wee suena a los descuentos que perifonean en el supermercado; por cierto, siempre me he preguntado cómo tiznados le hacen para igualar las zonas horarias en todo el país.

Como marketing, lueguito de escuchar invierno viene a la cabeza, las personas disfrazadas de panditas del Día de Muertos, perdón, calaveritas, los rifadísimos caldos calientitos aliviana crudas de las desveladas, los changarros de tamales con el olorcito a manteca que se desprende de las cubetas afuera de Catedral en el docenario de nuestra Lupita y los infaltables fonditos -¿qué esperaban? ¡Frozen!- de las botellas que se van rezagando de las borracheras. “Ve por los hielos, ¿no?” Que para encontrar un pretexto para pachanguear, nos pintamos solitos, pues sabemos que con el cambio de horario a la vuelta de la esquina ya está el Maratón Guadalupe-Reyes.

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