jueves, 23 de mayo de 2019

Una piedra en el camino.

En la infancia quería ser de adulto como John Davison Rockefeller, el empresario petrolero gringo que se decía era un millonario, claro que a esa edad uno alucina con todo, además, creo que efectivamente quien firma lo que escribe de niño era millonario, pero de lombrices, piojos y liendres. Hubo una historia de este personaje que me cautivó, la cual leí en una hoja de periódico justo antes de que mi entrañable tía Cecilia la pegara con engrudo sobre el diseño de sus clásicas piñatas del Pato Donald.

La prensa en ese entonces le dedicaba notas sobre sus inversiones, actos filantrópicos y una que otra excentricidad, esta vez narraban que un día Rockefeller mandó a colocar una enorme piedra obstaculizando el camino a su mansión. Acto seguido se escondió y miró a sus empleados arribar en espera de que alguno la quitara.

Pasaron todos, después les siguieron los comerciantes, socios, amistades, y lo único que hacían era darle la vuelta. Muchos de ellos culparon al acaudalado de no mantener los caminos despejados, pero nadie hizo algo por moverla. Entonces un campesino, cuyas tierras se encontraban cerca de la lujosa casa, vio la roca, descendió de su carcacha, sacó una cuerda de la parte trasera del asiento, la ató al enorme mineral, luego con la fuerza de su vehículo la movió.

Entonces, por el espejo retrovisor observó que en el espacio despejado justo donde estaba el obstáculo había una cartera, la cual contenía medio millón de dólares y una nota del mismísimo magnate indicando que ese dinero era para la persona que la removiera. Ese día el campesino aprendió lo que otros nunca entendieron. Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar la condición de uno.

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