viernes, 29 de marzo de 2019

Clavando.

Muchas veces decimos lo que pensamos sin pensar lo que decimos, ¡huy, más aun cuando estamos encabronados! Pior ahora que de tocho hacemos un pancho, esto trae a mi cochambrosa memoria a un chamaco que tenía el carácter de la tiznada, cierto día su papá le dio una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera los estribos, a consecuencia de su descontrolada furia -llámese berrinches-, debería clavar uno en la cerca de madera del frente de casa.

El primer día bien manchado el tipo, pues clavó veinte. Pero poco a poco descubrió que con tan semejante terapia se calmaba. Al final de un tiempo ya no tan fácil se irritaba con cualquier babosada, motivado por ello se lo informó a su padre, entonces el papá le sugirió que por cada día que controlara su agresividad debía sacar uno.

Los días pasaron y el muchacho pudo finalmente comunicarle a su progenitor que ya había sacado todos, fue cuando éste le dijo: Mira m´hijo has hecho lo correcto, pero fíjate bien cómo quedó la cerca, llena de agujeros, es más, ni siquiera es la misma de cuando empezaste, así pasa al decir o hacer cosas con coraje a los demás, les dejas una cicatriz como cada portillo en la madera. Es como hundir un cuchillo a alguien, aunque lo saques y ofrezcas primeros auxilios, la herida ya quedo hecha. No importa cuántas veces te disculpes, las heridas están ahí, entonces el joven comprendió que es tan grave una herida verbal como una física.

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