jueves, 26 de octubre de 2017

Cuentos y canciones

Dedicado a Francisco Gabilondo Soler.
De cera… el del museo en GDL

El fin de semana decidí montármelo de infante en el estero de casa, por los seis bafles de más de 1500 W de potencia sonaron canciones de Parchís, Enrique y Ana, El Chavo del Ocho con toda la vecindad, como intermedio puse los cuentos y canciones de Cri-Cri, ¡ah! el señor que una vez fue grillito, ese que vivía en campos y bosques tocando su pequeño violín, que la neta era una hojita, pero si los Kronos Quartet interpretan la canción de “Perfidia” también con ese órgano vegetativo, al igual que el señor que va al mercado Manuel Álvarez y se echa la rola de “Amorcito corazón” por unas cuantas monedas con el citado instrumento, ¡chingón maistro!

Al escuchar las canciones, en una de ellas volví a imaginarme anotando en la libreta los garrotazos que la tía le arremete al niño ese que dice groserías, a pesar de su cara angelical igual a un querubín, ¡wee, eso es fomento al bullying! No podía faltar el drama que toda ama de casa vive a diario al ir al mercado con el alza de los productos de la canasta básica, y que también enfrenta la Patita a quien solo le queda regatear o poner a su familia a un régimen alimenticio de mosquitos, pues además tiene un marido que ni trabaja, ¿en dónde he visto algo parecido?

A las tres de la mañana – ¡eh! ¿Qué no es la hora del chamuco? – empieza el ritual de los muñecos, donde siempre el Gato Félix le parte su mandarina en gajos al sonriente Pierrot, para que los deje continuar brincoteando hasta el amanecer, aquí como que uno reflexiona y saca a conclusión de que los “creativos” de Pixar se fusilaron la idea de Toy Story de esta canción. Igual pudiera ser que otra de sus fuentes de inspiración fue La muñeca fea, ¡no manches que nombre tan peyorativo! Bueno de entrada la música es triste con esa mezcla de arpa y piano, luego saber que ya no tiene un brazo, la cara toda chamagosa y para colmo llora lágrimas de aserrín debido a que los ingratos del mundo ya no son sus amigos, algún parecido con Sid Phillips es mera coincidencia.

A la edad que tengo – ¡mira que son casi 49 años!–, saqué coraje de mi persona para escuchar la intimidante “El Ropavejero”, a la cual recurrían las madres como advertencia suavizada para que uno le bajara a los berrinches. Les aclaro que la superé, pues años atrás me la brincaba, pero la que aún no puedo es la “Canción de las brujas”, cada vez que la escucho se me pone la carne de gallina. Luego siguió la primer Lolita que conocí mucho ante de leer la novela de Vladimir Nabokov, la niña Esther, la de Métete, Teté, una especie de cumbia sabrosona, seguida por ese lenguaje raro del chinito estampado en un gran jarrón que fue acusado de decir: “¡Yan -tse – amo – oua – ting – i pong – chong – kí”, ¿y eso qué significa? ¡Ve tú a saber!

Influenciado tal vez por Teté, no pude resistir oír a mi gusto culposo en la adolescencia, los puertorriqueños de Menudo, recordando a tantas chicas que fueron mis novias –sí, pero en la imaginación, ¡Sigh! Sniff, sniff.

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