jueves, 19 de octubre de 2017

Cambiar de aire

Son la fantasía godín de cualquier empleado de oficina, la esperanza de los alumnos y el suplicio para sus respectivas jefecitas, siempre se buscan con ahínco en el calendario, convirtiéndose en una falta de respeto si en uno de los meses no se incluyen, pues sábados y domingos están de hoquis, me refiero a las tan esperadas, anheladas y cortas – ¡sí, porque ni nos ajustan!– vacaciones.

En la Roma antigua, los días vacacionales eran aquellos exentos de obligaciones religiosas, pero no de trabajar, recordemos que su organización social dependía mucho de los actos religiosos, además en aquellos tiempos se le atribuían al Todopoderoso la creación de las fechas de asueto, recordemos que el séptimo día de haberse creado el mundo y todas las cosas, Dios se lo tomó de receso, después el ser humano en los múltiples intentos de ser semidiós inventó un titipuchal de fechas a celebrar y obviamente descansar.

Muchísimos años más adelante, en la Edad Media para ser exacto, los campesinos que laboraban durante la siega percibían de una especie de protección ante los tribunales a no ser citados fuese cual sea el motivo, al que llamaban Vacatio Judiciales, o sea, si trabajabas nadie te la podía hacer de tos. Fueron los ingleses quienes instituyeron los periodos vacacionales como hasta hoy los conocemos, en invierno y verano.

Ahora de adulto el disfrute de las vacaciones me cuesta un buen –a diferencia de cuando niño, que todo era gratis–, si es que se les puede llamar gozo a desembolsar por servicios que redoblan sus precios por el simple hecho de estar en momentos de vigencia, además, como dijera Elbert Hubbard, “nadie necesita más vacaciones como el que acaba de tenerlas”, porque uno regresa todo molido, más cansado que relajado de los viajes.

Para colmo, como especie de mal karma, cuando el receso laboral es extenso, los achaques comienzan a invadir mi cuerpo, al grado de enfermar, entonces, eso de cambiar de aire no va conmigo, pues en el intento de evadir mi realidad por unos cuantos días, descubro cómo mi organismo es un masoquista acostumbrado al estrés por el ajetreo laboral… ¡Achís! Sniff, sniff

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