jueves, 25 de mayo de 2017

Historia de un amor*

Te puede gustar el rock, la salsa, la música sinfónica, incluso hasta el reguetón – ¡brrrr, se me encuera el chino!–, pero cuando entras en fase sentimental, le tupes pero re te bonito, de esas veces que con tan solo escuchar la letra de una canción se te pone el ojo blanquito tipo Remi, dándole play al reproductor, las bocinas emiten los acordes de guitarra, lueguito se escucha la cadenciosa voz del intérprete, se trata de un bolero –na´quever con quienes tienen por oficio limpiar y lustrar el calzado ajeno–, me refiero al género musical de origen cubano tan popular entre nosotros los latinoamericanos.

En cada una de sus letras se narra una historia –algo así como si se tratase de literatura romántica–, que coinciden con la vida de la gente que las escuchamos, dando un toque de fineza al dolor, embelleciendo con la elegancia del compás musical de sus partituras a la amargura y la tristeza, haciéndonos comprender que el desamor conserva la flama encendida del amor; imagino que cuando termina la canción ya exprimimos de tanto suspiro el corazón y nos lega una paz interior que hereda un dulce sabor al alma.

Entre congojas y melancolías uno se deja llevar por las letras que a veces hasta hay que recurrir a un diccionario como sucede con quien urbanizó el romanticismo del bolero bajándolo al arrabal, Agustín Lara o nuestro Chopin Armando Manzanero, él con sus más de 400 canciones escritas logró seducir al mismísimo Elvis. Este género de música siempre ha estado en casa, recuerdo que durante mi infancia era todo un deleite al oído escuchar a mi abuela cantar cualquiera de esas canciones mientras con sus roladas manos lavaba la ropa ajena sobre una piedra del cristalino río –antes no estaba tan contaminado. No todas las rolitas en los boleros motivan a cortarnos las venas, también las hay como la de “Angelitos negros” que concientizan sobre el terrible conflicto racial, digo, ¿alguien sabe de qué color son los ángeles?

En nuestro hogar nunca tuvimos tocadiscos, pero sí contábamos con un reproductor de casetes (¿y eso qué es?), de entre esas cintas, algunas originales otras piratas, pude constatar a través del Glenn Miller cubano, Benny Moré, que la tristeza también se baila, así como el blues y el jazz tienen a Ella Fitzgerald, el bolero encuentra su oasis en medio de tanto ruido en la voz de Toña la Negra y el equivalente a The Beatles bien podrían ser Los Panchos, mientras Lucho Gatica es el Sinatra de las canciones que recorren las arterias provocando la diástole del corazón a quien lo escucha.

Sin lugar a dudas cada canción con el peculiar estilo de su intérprete impacta en nuestros estados de ánimo, haciéndonos experimentar tristeza sin llegar al masoquismo o simplemente relajarnos hasta el punto de la nostalgia que produce la alegría del recuerdo, así de contradictorio puede llegar a ser un bolero, como la vida misma.

* Nombre del bolero favorito de mi madre, quien inspirada lo interpretaba mientras confeccionaba vestimentas para su clientela.

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