miércoles, 11 de junio de 2014

La educación en el siglo XXI

Cuando estudié la educación Primaria, de lo cual hace mucho tiempo, los profesores, para hacernos llegar la información de los contenidos programáticos, se apoyaban en un tablero de superficie en color negro o verde, donde escribían sobre él con un trozo de gis, una barra de yeso que trazaba en color blanco, pero también existían de colores.

Los llamados “útiles escolares” de aquel entonces lo integraban libretas de cuadrícula, de rayas y doble raya, de dibujo, lápices, bicolores, caja de colores, regla de plástico, sacapuntas, tijeras de punta roma, resistol, juego de geometría y los llamados “Libros de Texto Gratuito”. Todo ello cabía en el interior de unas mochilas de cuero que se vendían en las huaracherías o talabarterías. Ustedes se imaginarán lo pesado que estaban y tener que cargarla los cinco días de la semana, y eso sin contar el rico bolillo con frijoles, queso y chile jalapeño, con su respetivo chocolate en agua que nos echaba mamá para el recreo.

En la actualidad, los infantes en Primaria continúan cargando sus mochilas asemejándose al Pípila o al Gigante Atlas, nada más que ahora esas mochilas deben de ser de reconocida marca a nivel mundial, ya que si no, el chamaco hace un berrinche de concurso; es más, hasta amenaza con reprobar, bueno si es que la profesora no le anticipa su amenaza.

Hoy en las aulas hubo un trueque darwiniano, donde se cambió el gis y el borrador por el mouse integrado, el pizarrón por la pantalla y la biblioteca por Wikipedia, pues la educación que es impartida en ese y otros niveles, se llega a considerar de calidad simplemente por el hecho de que los docentes utilizan las tecnologías de la información y la comunicación, es decir, ya no dictan los resúmenes ni las tareas, ahora los alumnos les sacan fotos con sus celulares a la proyección del profesor o simplemente le piden a este que les envié las diapositivas de PowerPoint por correo electrónico. Muy modernos, pero el proceso de enseñanza aprendizaje continúa siendo memorista y enciclopédico.

Las clases son para los estudiantes igual de tediosas que antaño, pero ahora creo que son aún más, pues cada párvulo desde que sus progenitores lo consideran apto para el manejo de cualquier artilugio moderno, se lo facilitan con la difusa idea de que a través de ellos incrementarán su intelecto. Al estar familiarizados con tantos gadgets, llegan a la conclusión de que las sesiones académicas de dibujo son anticuadas, pues para eso cuentan con Paint, aprenderse las capitales del mundo en Geografía esta del bostezo, si ya existe Google Earth; las sesiones de aritmética de nada les sirve si se tiene una calculadora a la mano, es más, hasta los teléfonos vienen con una.

Algunos chamacos consideran el estudiar la historia como una pérdida de tiempo, al fin de cuentas todos esos personajes con nombres de calles se encuentran ya tres metros bajo tierra. Para qué sudar con los rayos del sol y casi deshidratarte en educación física con el obeso instructor, si en casa puedes ejercitar tu cuerpo con la videoconsola Wii; para aprender Inglés desde su peculiar punto de vista, lo pueden hacer viendo una caricatura de Dora la Exploradora y comprender un texto en ese idioma es fácil gracias a la ayuda del traductor de Google. La escritura y la lectura la practican a diario gracias al Facebook y, si les dejan leer un libro, pues mejor buscan la película en Netflix, al cabo tiene subtítulos y eso equivale a leer.

Ellos necesitan profesores capaces de hacer monólogos tipo stand-up comedy, que sean divertidos -o sea, chidos-, que los preparen para hacerle frente a un mundo que aún no se inventa y que los maraville con el uso de tecnologías que apenas acaban de salir al mercado. Si usted amigo es docente y reúne tales atributos, por favor dígame cómo le hace; ilumíneme, no sea gacho, pues yo sigo tan arcaico como antaño y la educación del siglo veintiuno no la he logrado alcanzar.

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