miércoles, 4 de junio de 2014

Entre ruleteros te veas

Uno de los medios de transporte que los colimenses más utilizamos bajo la idea de que nos llevará rápidamente a los diversos destinos de esta velocísima ciudad, es el servicio de taxi, ese coche de alquiler que por unas cuantas monedas nos hace creer que somos magnates de ilusión, pues tenemos el “privilegio” de contar con un chofer que nos transportará al sitio que nosotros le ordenemos, a diferencia de los camiones urbanos, los cuales a veces ni te dejan bajar hasta que se les hinche un… cachete.

En algunas ocasiones éste servicio público no es tan de mi agrado, pues he conocido unidades en las cuales el taxista anda todo desaseado, barba de cuatro días como la de Indiana Jones, les “chilla la rata” debido a que su pH supera el desodorante que traen -bueno, si es que se pusieron-, pues al tener que ir sujetando el volante -no sé si lo notan o se hacen tarugos- alzan sus brazos y la axila deja escapar un delicado olor a humano del asco que nos lo tenemos que chutar durante todo el trayecto. ¡Eso si es un suplicio!

En las madrugadas que son cuando más frecuente los utilizo con tal de llegar puntual al trabajo, me he encontrado a choferes en camiseta interior con bermuda o shorts; algunos a pesar de que ya llevan pasaje no apagan la luz de la torreta que señala cuando están desocupados, según eso para brindar una mayor cobertura en su servicio. ¡Ajá, que se los crea su abuela! Lo hacen para echarse a la cartera el doble con un mismo viaje. A ver, ¿por qué no aplican un descuentillo? ¡Mangos verdes, verdad!

Los peores son esos que se conocen como “postureros”, choferes que cubren a los titulares de las unidades de taxi en su ausencia, los cuales muchas veces ni con licencia oficial de ruletero cuentan, imponen tarifas a su gusto; es más, hasta desconocen las calles de la ciudad y los usuarios les tienen que explicar cómo llegar, algunos tienen un trato nefasto hacia la clientela, fuman abordo e incluso se empacan la torta con su respectiva chela, valiéndoles carajo que se apeste a restorán el vehículo o que nos cercioremos de su aliento etílico.

Los coches también dejan mucho que desear, huelen a humedad u otras cosas desagradables, los asientos están chamagosos y de tan hundidos, uno hasta llega a experimentar ser un faquir sin siquiera ser un asceta, pues a veces los asientos tienen resortes tan puntiagudos saliendo que hay que soportarlos. El piso se encuentra sin tapetes o, si cuenta con ellos, son una asquerosidad. Siempre existe una justificación cuando le decimos lo deplorable del auto al conductor, el muy ingrato, simplemente se lava las manos echándole la culpa al dueño de que es un tacaño.

Si a lo anterior le agregamos las altas velocidades en que conducen por las calles empedradas, las abruptas detenidas que hacen cuando por un descuido se van a estampar frente a otro vehículo, las vueltas tipo persecución policiaca que realizan con tal de ganarle a otro, ¿todo esto no deteriora el coche? Según su óptica, es parte del trabajo que realizan y ahí encuentran justificación a tales atrocidades.

En cuanto a las tarifas que cobran, pese a que cuentan con un mapa tabulador de cuotas, se lo pasan por el arco del triunfo, cobrando lo que les pega en gana, de todos modos el usuario cuenta con centavos, al cabo es quincena. Es de enojo que nunca coinciden en cobrarte, ya que cada chofer impone su cuota, así se trate del mismo trayecto, luego no se ofendan cuando les refresquemos la memoria de su santa jefecita al reclamarles.

Uno como usuario tiene el derecho de exigir un servicio honesto, de calidad y respeto, para eso estamos cubriendo nuestra tarifa, no nos están haciendo ningún favor, al contrario nosotros si se los hacemos al darles la oportunidad de desempeñarse laboralmente, pero por favor apaguen sus pinches estéreos o bájenle al volumen a esa música que es sólo de su agrado, no crean que tienen gustos sonoros universales. Más cuando es quincena, irónicamente lo antes expuesto se olvida, ya que todos queremos viajar a través de este medio de transporte con tal de sentirnos pudientes.

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