miércoles, 6 de febrero de 2013

La ruta del tentempié


A muchos estudiantes les causa admiración que viaje en transporte colectivo, resulta gracioso observarlos cuando coincidimos en algunas rutas de autotransporte, que me miren con ojos de ¿y ahora a este qué le pasa, está tan jodido que no tiene coche propio? ¡Órale! ¿En su estereotipo de docente, los que ejercemos esta profesión debemos ser dueños de un lujoso automóvil –el cual algunas veces ni lo hemos terminado de pagar­– para ser respetables? Lamentablemente en este mundo globalizado e interesado, existe la apreciación de valer por las cosas materiales que se tiene, que por las capacidades o habilidades catedráticas. Figúrese estimado lector que gracias a que recorro la ciudad en este medio he sido testigo de infinidad de anécdotas, hechos que muchas veces inspiran para que ustedes las conozcan, como la que a continuación reseño.

Es la hora pico del tráfico vehicular, son las 2:50 de la tarde, es un día rutinario para el “Pachorras” chofer de la ruta diez, el estéreo hace un estremecedor sonido que al combinarse con el rechinido del freno de aire, ponen más tensa la situación, quitándose los hilillos de sudor con el dedo pulgar de la mano izquierda, intenta poner orden en el atiborrado camión, bajo la lógica de crear espacio donde no existe. ¡Recórranse, recórranse pa´atrás por favor!

Una señora de avanzada edad le comenta a la señorita que va de pie a su derecha, “¡ya no existen los caballeros! Mira mi´hija nadie de esos hombres les cede su lugar a cualquiera de las damas aquí presentes”. Un encalado albañil responde cínicamente, “no señora, caballeros si existimos, lo que no hay son asientos”. De pronto un usuario desesperado golpea la parte superior de la puerta trasera, mientras grita, ¡en la esquina bajan, te dije bajan, pinche sordo! ¡Oiga no grite! Para eso está el timbre –responde el chofer, ¿Cómo lo voy a tocar si ni sirve? Asevera el pasajero mientras baja del camión cuando este aún no se detiene.

Un muchacho observa al fondo en el asiento trasero dos costales, abriéndose paso entre la gente se acerca a la señora de vestido folclórico que se encontraba al lado de ellos para preguntarle, “¿Doña, me puedo sentar sobre sus costales?” Sí, pero nomás tenga cuidado con los huevos –responde. “¿A poco lleva blanquillos ahí?” No joven, claro que no, llevo nopales.

En la esquina abordan dos jovencitas de uniforme escolar, le muestran su credencial de estudiante mientras entregan los boletos de descuento, el conductor se los arrebata con furia y los coloca entre un imán y el tablero del automotor, para arrancar abruptamente, lo que ocasiona que las chicas sin estar en la tediosa clase de física, comprueben la Primera Ley de Newton. Con el propósito de menguar el estrés introduce otro disco de mp3, el cual emite nuevamente ese estrepitoso ruido de las desconadas bocinas imitación Pioneer; lo alto del sonido, lo repleto de la unidad y la caliente temperatura imperante en su interior comienzan a causar un ambiente hostil; algunos usuarios se arrepienten de haberlo abordado, otros preocupados intentan de forma inútil acercarse a la puerta trasera para poder descender con facilidad, mientras se mueven proporcionan masajes que dependiendo de quien los da o recibe, pueden ser eróticos o perversos.

Un adulto mayor que ocupa el asiento a espaldas del conductor, toca el hombro de éste y cuando logra que lo vea por el espejo retrovisor, le pregunta, ¿Cuánto le costó su disco que está sonando? Quince pesitos, mi amigo ­–entusiasmado responde– ¡Le doy veinte pesos por él! Señor, ¡cómo cree, si es pirata! Eso sería un robo –ufanamente dice el conductor. El anciano sacando de su cartera un billete de a veinte, hace el intento por entregárselo, él se niega, pero éste insiste. En una de las paradas, el piloto convencido de que al longevo le ha gustado su disco, lo saca del reproductor y se lo intercambia por el dinero.

En cuanto el viejito lo recibe, inmediatamente lo arroja por la ventanilla estando el camión en pleno movimiento, la gente ovaciona la acción y el “Pachorras” balbucea un improperio al mismo tiempo que acelera intentando escapar de ese vergonzoso momento. Con sucesos tan circunstanciales como los que vivo a diario en los magníficos servicios de autotransporte de la ciudad, ustedes creen que voy a comprar un solitario coche, es más, como siempre lo he dicho, si ni mi vida la sé manejar, resulta entonces ridículo que intente manejar un vehículo.

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