miércoles, 28 de marzo de 2012

El Real Mandil


Dicen que en nuestro país existe aún el prejuicio del “machismo”, ese comportamiento prepotente del género masculino sobre las mujeres, donde ponen de manifiesto todas las actitudes y prácticas sexistas que las mismísimas madres latinoamericanas se encargan de fomentar en sus pequeños hijos y que también evidencian en su clásica representación a través del jodido sometimiento y actitud autodiscraminatoria de las mamás sacrificadas.

Siendo sincero difiero de tal afirmación, pues ahora con la liberación femenina, las abnegadas mujeres se han transformado en patriarcas y jerarcas a la vez del hogar donde habitan, actitud muchas veces concedida por sus propias parejas, quienes prefieren dejar las riendas de la casa en manos de ellas, justificando que su atención está centrada en las múltiples actividades laborales que al término de la jornada se factura en cansancio, entonces las obligaciones de la familia para ellos son nimiedades.

Igual muchos buscan en sus respectivas parejas ese estereotipo o patrón de mujer que vieron durante la infancia en la imagen de sus progenitoras, al no encontrar tal coincidencia este lamentable hecho se va convirtiendo en una causante de divorcio, razón por la cual durante la vida adulta de muchos caballeros es posible observar los cambios de damas como en el juego de la “Estrella China”; lo más ingrato es que se separan valiéndoles un carajo afectar a terceros.

Cuando por fin es encontrada esa “media naranja”, éste como autómata se va sometiendo a una devoción maternal hacia su cónyuge, considerándola enfermera, chef y psicóloga, es más, hasta podría se catalogada como una especie de domadora que amansa a esa bestia que los machos solemos ser.

Es en ese momento cuando el cándido hombre se escuda en los slogan de igualdad de género para evitar ser blanco de burlas de sus homólogos, quienes son igual o tal vez un poco peor de lo que ellos han denominado como “mandilones”, es decir, ese arquetipo que algunas veces hace las labores del hogar, las cuales erróneamente fueron inculcadas por sus respectivas madres como exclusivas de las hembras, donde se considera que por el simple hecho de ser mujer, estas llevan en sus genes lavar platos, planchar la ropa y cambiar pañales.

El meollo de la guasa radica en hacer una caricatura del marido que colabora –ojo, no es ayuda- en las labores de la casa, bajo ese estúpido concepto de intentar ocultar ante los de su mismo sexo algo que equidista las responsabilidades de la administración de un hogar. A raíz de ello tengo dos interrogantes, ¿por qué avergonzarnos de un hecho compartido? ¿Qué no es de hombres ser responsables?

Lo irónico de todo esto es que a pesar de que en algún momento de nuestra vida la inmensa minoría de los hombres hemos sido “mandilones”, no somos lo suficiente machitos de reconocerlo públicamente, digo, para qué nos hacemos tarados, todos pertenecemos al Real Mandil, y es un honor formar parte de tan ínclito club que nos hace estrechar lazos con nuestra pareja.

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