miércoles, 17 de noviembre de 2010

¿La oficina ideal?

Una mañana en las épocas cuando me desempeñaba profesionalmente en una conocida dirección general, un compañero de trabajo, con cierto desgano comentaba que se le hacía una injusticia tener que presentarse todos los días laborables a la oficina, pues sólo bastaba con contar en casa con una computadora conectada a internet y que cada quien desarrollara su empleo desde la comodidad del hogar.

Bajo esa idea el Messenger podría ser utilizado como un medio para eficientar la comunicación entre los compañeros, por lo tanto no existiría el morbo de saber qué tipo de ropas se portan ese día, es más, como uno se encuentra en su propia casa, hasta en paños menores puede estar, por lo tanto nadie se escandalizará de que te estás rascando las partes nobles; existiría menos probabilidad de un acoso sexual, pues quien así lo hiciera correría el riego de que sus intenciones queden guardadas en la bandeja de conversaciones.

Evitarías muchos de los conflictos que se suscitan en el ámbito laboral, por ejemplo los complots entre oficinistas para poner en mal a alguien, bueno no al cien por ciento, pues podemos desprestigiar con un correo electrónico a quien se nos hinche; ya no tendríamos que soportar los gustos musicales, charlas y malos chistes del colega; las suspensiones por horas de almuerzo desaparecerían, o sea, ese trillado dicho de “primero desayunar que ser cristiano” sería cosa del pasado, pues se puede degustar de los sagrados alimentos mientras se trabaja, y nadie que se queje de que la oficina huele a lonchería.

El correo electrónico se transformaría en el canal de enlace para que los altos mandos proporcionen indicaciones, den instrucciones y envíen materiales de trabajo, sólo a los muy pendejos les costaría mucho comprender tales indicaciones; las tediosas reuniones de trabajo se llevarían a cabo en salas de chat, así el jefe no se incomodaría al ver que alguno de sus subalternos bosteza o está todo desparramado sobre la silla, igual sería difícil poder hacer o decir alguna payasada, pues quedaría en evidencia quien así lo hiciese, ahorrándose la inquietante frasecita del dirigente de “voy a hacer de cuenta que no oí nada”, si, esa que te pone los tanates de moño.

De llegar a cumplirse los anhelos de este excompañero, según él se tendrían las siguientes ventajas: por un lado se disminuirían los congestionamientos viales a las horas pico, por lo tanto habría menos acorazados con llantas en las calles; los bebés ya no tendrían que ir a las desoladas guarderías, evitando la proliferación de tanto sujeto bipolar que pulula por allí; ya no se desperdiciaría papel, impidiendo con ello el holocausto de árboles.

Con esas justificaciones más de alguno se podría convencer de la factibilidad de tales aspiraciones, pero considero que al estar sentado frente a un ordenador, en la soledad del hogar o con las presiones domésticas, lo más probable es que las ideas para realizar proyectos, diseños o cualquier prototipo bajo esta forma de trabajo sean el resultado del copy paste, enviando por una cloaca el trabajo intelectual.

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