miércoles, 27 de octubre de 2010

Mis amigos muertos

“Que los muertos aquí es donde tienen que estar
y el cielo por mi se puede esperar”. José María Cano

Estamos en vísperas de celebrarse dos acontecimientos parecidos, pero que de acuerdo a la idiosincrasia de cada país tienen un significado distinto, me refiero al Halloween norteamericano y al nacional Día de Muertos; en el primero nuestros vecinos del norte organizan tremendas borracheras, sus niños se disfrazan de los distintos personajes de la literatura macabra como el Conde Drácula, el humanoide creado por el Dr. Víctor Frankestein, brujas, momias entre otros personajes ficticios que la meca del cine gringo ha proporcionado a la reducida imaginación de las actuales generaciones; mientras que en nuestro México, lindo y querido, rememoramos a los familiares que se nos adelantaron en su viaje al infinito, obvio que también acá, como siempre tomamos ese hecho como justificación para embriagarnos y despelotarnos.

Cuenta la abuela materna, que es precisamente el Día de Muertos, cuando el Creador permite a los difuntos regresar del limbo para acompañar a sus conocidos que todavía continúan sufriendo en este mundo cruel y despiadado, razón por la cual es prioridad de nosotros los vivos elaborar un altar en honor a ellos, colocando en esos monumentos todo lo que en vida de forma material disfrutaban.

Ese día, hipotecamos el miedo y los escrúpulos, para ir como una especie de picnic al campo santo de nuestra entidad, evocamos momentos de alegría que luego se tornan en lágrimas por los que ya no están con nosotros; esto me recuerda el único caso de un amor que trascendió más allá de la vida, la triste historia de una pareja, y no me refiero a Romeo y Julieta de Shakespeare, no, me refiero a dos seres que se amaron tanto que forman parte de mis recuerdos.

Resulta que esta pareja, después de diez años de noviazgo, que para mí ya era un amasiato, deciden contraer nupcias, total que un día se casan, todas las noches viven su luna de miel, pero al cabo de cuatro años de casados no logran tener ningún hijo. Los médicos diagnostican que ella es la razón, pues si se embaraza, al dar a luz, tendrá que sacrificar su vida, pues su consistencia física no es lo suficientemente fuerte para resistir las inclemencias de un parto.

La mujer con tal de darle gusto a su amado esposo, se documenta y descubre que existe un 10% de probabilidad de salvarse, entonces se anima y convence a su marido; llegado el momento del parto, por infortunios del destino ella pierde su existencia por la de su retoño, yéndose al otro mundo con la dicha de haberle dado a su pareja el hijo que siempre anheló.

Mi amigo muy decepcionado por la pérdida de su amada esposa, entra en crisis sentimental y comienza a aislarse de la sociedad, pero con una firme razón, todas las noches al cerrar el cementerio brinca sus muros y durante tres meses y medio duerme sobre la tumba de su mujer haciéndole compañía, las primeras semanas el velador al descubrirlo lo sacaba, este con lágrimas y sollozos le cuenta su desventura conmoviendo tanto al empleado que hasta lo deja entrar por la puerta con todo y cobijas para que descanse en paz.

Actualmente es una persona normal, se volvió a casar, tiene mucho éxito en su trabajo y comparte conmigo el gusto musical por el cantautor español Joaquín Sabina, a veces cuando se pone nostálgico, piensa que su difunta esposa es parte del aire y algún día cuando le llegue la hora se juntarán a viajar de aventón por el viento.

Ya entrados en este asunto de los panteones y los que descansan en ellos, con el debido respeto, les contaré otra anécdota en la que un compañero profesor, víctima de una enfermedad terminal es separado de nuestro mundo; después de haber concluido su novenario luctuoso, encontrárseme en la entrañable oficina donde antes laboraba, eran las siete con cuarentaicinco minutos de la mañana, cuando al estar conectado al Messenger, aparece el interfaz con la leyenda “♠El que nada sabe, nada teme♣, acaba de iniciar sesión”, híjole, ese era el nick que el desaparecido docente utilizaba, con el botón derecho del mouse me coloco sobre la figurita verde, al darle clic, sopas me aparece la dirección electrónica de este, de pronto empiezo a sudar, titubeante le escribo, “amigo, ¿cómo sigues?”

En la parte inferior del Messenger, aparecen las palabras “♠El que nada sabe, nada teme♣, este escribiendo un mensaje”. Uta, por fin le encuentro algo útil al desgraciado programa este, poder comunicarte con el más allá. La respuesta que recibo es “Quién es usted?” Órale, es verdad lo que el Hinduismo dice, al morir, olvidamos quienes éramos para después reencarnar en otra especie como si nada nos hubiera sucedido.

Cogiendo valor, le explico quien soy y como lo conocí en este mundo materialista, entonces responde, “haaaa, el profesor ya murió, yo soy su cuñado y como en su computadora portátil dejó activado el automático de inicio de sesión, el cual no sé como desactivarlo cada vez que la enciendo, muchos me hacen la misma pregunta que usted, así que mil disculpas si lo asusté.”

Por respeto a la memoria de mi difunto amigo, guardé mis improperios de disgusto y le digo, no te preocupes, hasta pronto. Me desconecté inmediatamente y esa misma tarde no me presenté a laborar por la tremenda diarrea que tuve, así como el calenturón que por la noche padecí.

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