miércoles, 26 de noviembre de 2008

A mis treinta y diez años

Hoy cumplo cuatro décadas de seguir aquí, puedo estar feliz porque atrás quedo una época más que ya no volverá, digo sólo un ser involutivo podría añorar con nostalgia el tiempo pasado; es tal el regocijo que siento que quiero agradecer a la señora Rosa González y su sala de belleza "D´ Rossmy" que aquella tarde del 68 peinó y maquilló a mi madre tan linda que motivó a mi padre a invitarla de nuevo como antaño al cine “Alameda” a ver una película francesa de esas que son prohibidas a menores.

Gracias también a mis tres hermanos que esa noche se fueron a dormir más temprano de lo acostumbrado sin respingar, igual de agradecido estoy con la cervecería “Cuauhtemoc” que de no haber sido por sus caguamas que conforme las ingería mi papá lo iban dejando actuar en el catre con sus famosos orgasmos de ocho minutos que tanto alarde hacia entre sus amigos. Gracias sin lugar a dudas a don Hilario Cárdenas el boticario que ese día le vendió a mi padre los nuevos profilácticos hechos con vejiga de borrego, los cuales permitían una sensibilidad tan natural que a los tres minutos de uso se rompían y fue así como me colé en el vientre de mamá durante nueve meses.

Una madrugada del día 26 de noviembre de ese mismo año gracias a la atención y cuidados de doña Susana, la partera familiar, me desprendí del cordón que me unía a mi madre –bueno aún sigo atado, pero eso le concierne a mi psicólogo-, y en lugar de llorar -como según platican porque yo no recuerdo- sonreí; a los seis años empezaron mis penas al ingresar a la escuela pues a falta de interés la profesora se mofó de mi capacidad intelectual lo que me obligó dejar la educación escolarizada por un considerable lapso de tiempo. Una hermosa cuarentona esposa de un funcionario político en el altar de su alcoba me hizo hombre a los 16; por su parte un vicioso excapitán militar me explicó que el mundo está lleno de insatisfechos y que para nadar en la abundancia antes hay que arrastrarse en el lodo, pero si quería vivir tranquilo y con la conciencia en paz que me volviera solitario y déjase a cada quien disfrutar de su hacer.

A través de la escuela de la vida aprendí que un amigo es aquel que te elogia por delante y te menosprecia por detrás, y que el amor, la amistad y la alegría son sentimientos que causan sufrimiento al tratar de prolongar su existencia, pues lo mejor es disfrutar los momentos en que éstos se manifiestan como si fueran los últimos en tu existencia.

En el bachillerato estudié teorías tan perfectas que ya no necesitaban funcionar en la realidad; ahí me di cuenta que al sexo uno le teme moralmente hasta que lo prueba varias veces, luego viene la diversión. Al llegar a la adolescencia en el arduo camino por tratar de encontrar mi verdadera personalidad y pretender ser original me olvide por completo de quien era en realidad, además de convertirme en un suicida sin vocación que siempre buscó el pecado entre los escombros de la generación de sus familiares.

Fue en la licenciatura donde encontré un hermano más que me enseñó el camino que hoy me trajo hasta aquí. De mi primer empleo aprendí que la gente se soporta siempre y cuando se tenga la cartera vacía; fue entonces cuando supe que con el dinero se pueden comprar novias y amigos de unos cuantos meses, comprendiendo así que la felicidad con dinero es efímera.

A la edad que ahora tengo me resulta más difícil realizar las cosas que antes con facilidad hacía, entre citas de libros y parafraseo de ciertos diálogos de películas prolongo la estancia de las damas en mi colchón; ya no práctico el onanismo, pues intento con ello ahorrar energías para los momentos de austeridad y así disfrutar cuando tenga a alguien con quien compartir esa placidez; la mujer de mis sueños es aquella desconocida con la que me cruzo por la calle y al pasar me esboza una peculiar sonrisa haciendo que mi ego vuelva sentir la vitalidad de antaño sólo que menos necio y más experto; camino más por miedo a sufrir otro desequilibrio cardiaco que por gusto, lo que me motiva a consumir el mismo número de pastillas al día que Elvis Presley, con la única diferencia que él las consumió en menos de una hora y yo lo hago en doce.

La madurez todavía no la alcanzo pues como Jorge Luis Borges decía "hasta los 60 años se llega", y es precisamente en esos tiempos tan oscuros y aciagos cuando te sientes como aquel plátano maduro lleno de manchas negras al que todo mundo le causa asco y no se antoja comer, añorando de forma equívoca volver a ser el mango verde al que todos deleita el paladar aderezado con chile y limón a pesar de ser una era oscura y cuaternaria.

En definitiva gracias a mis padres por todos estos años que han pasado y en los cuales nunca me han hecho sentir como un hijo no deseado, a mis hermanos por tolerar mis defectos y cualidades, a todas las mujeres que he conocido las tengo guardadas en los expedientes de mis fantasías y sobretodo a la grandeza y paciencia de Dios por seguir soportándome.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Realmente espero que las reflexiones a las que te llevó cumplir cuarenta años mejoren;
por cierto.. te creía más joven.,.. mucho más joven que yo..y ahora resulta que somos casi de la misma edad

Lo que si.. es que el artículo te salió mucho más poético que en otras ocasiones; bien por la prosa poética.