miércoles, 3 de diciembre de 2008

Dar es dar

El anoréxico calendario está a punto de llegar a su muerte por inanición, atrás quedó noviembre y el invertido aniversario de nuestra Revolución, gracias a la magia de los legisladores, están a la puerta las fechas en que se enternece el corazón del mexicano y como energúmeno corre a las tiendas departamentales por el regalo a sus seres queridos o mejor dicho con los que pretende quedar bien o esta comprometido de forma sentimental o social.

Decía el abuelo que cuando se es niño uno da las cosas sin la esperanza de recibir nada a cambio, simplemente se hace por cariño, respeto o admiración hacia el honrado; en estos tiempos modernos tal acción hecha por los infantes puede llegar a ser clasificada como un acto de inocencia que irradia en la idiotez.

¿Será que no entendemos el significado del concepto de gratitud? ¿Será que ignoramos su esencia? Vivimos en un medio donde lo único que importa son los méritos, es decir, si haces algo positivo obtendrás un resultado con el mismo signo, por otro lado bajo esta misma perspectiva existe la pésima costumbre de que si alguien te proporciona algo es porque quiere a cambio de ello otra cosa, que puede ser un favor comprometedor, el cual podría significar un apoyo económico, un ascenso laboral o hasta un intercambio sexual fortuito.

El orgullo muchas de las veces es otro inconveniente para demostrar la gratitud, así se pone de manifiesto en algunas instituciones que cada mes apoyan a sus empleados de forma económica con despensas, más para algunos trabajadores este hecho los hace sentir señalados al grado de percibir cierto aire denigrante por considerarlos como los necesitados; ante tal complejo de inferioridad recurren al mecanismo de defensa del orgullo, casi a punto de la soberbia, pues primero intentan esconderse de los demás cuando salen de tan loable acto, por lo que mejor preferirían que se las hicieran llegar por paquetería a sus respectivos domicilios, o sea, les dan la mano y toman el pie.

Es que estamos tan acostumbrados en que si deseamos obtener algo tenemos que hacer méritos; si no entonces para que se generan los escalafones en los empleos, porqué se paga para ser feliz en lugar de disfrutar de la felicidad que uno ya tiene, en resumidas cuentas hemos fincado un mundo donde la sociedad basa su estimación en el intercambio o trueque. A poco no es cierto que cuando alguien nos regala algo inmediatamente se nos viene la idea de que esa persona algo quiere obtener de nosotros; por ejemplo si es mi cumpleaños y recibo presentes esto genera un compromiso en hacer lo mismo a ellos en sus respectivos onomásticos, de forma semejante sucede cuando en épocas navideñas inviertes un buen billete en los obsequios de tus familiares y conocidos, pero cuando alguno de ellos te sale con el slogan de la PROFECOregale afecto, no lo compre”, de manera inmediata lo tachas de tacaño y ojete.

En lo personal me estresa mucho los regalos de navidad y considero que es por toda la expectativa que se genera a raíz de la difusión del amor materialista que los medios de comunicación inculcan; en otros tiempos si las personas no recibían un regalo ese día no pasaba nada, bastaba que al verle le felicitaras con un apretado abrazo o le hicieras un llamada telefónica en la madrugada del 25 para estrechar lazos de amistad y fraternidad; ahora con los mensajes de texto, tan fríos y por ahorrar tiempo aire todo se vuelve monótono por el compromiso que se genera en lugar del sentimiento que debiera ser, además si no haces un obsequio para ese día, estas demostrando falta de afecto y simpatía. Qué me dicen del clásico intercambio entre compañeros de trabajo, cuando te esmeraste por obsequiar un presente inolvidable y resulta que la persona que le correspondió darte a ti te brinda un mal sabor de boca con el barato o mísero regalo que te hace, ¿Qué acaso no contó la intención o el propósito de tan ínclita actividad?

Se aprecia con tristeza que ya ni siquiera importa el objeto que se recibe, sino la cotización del mismo, estimando con ello el estatus de la persona, sus niveles de codicia entre otras virtudes; que patético es entonces que el valor de una amistad sea el precio de sus obsequios, y claro que la mercadotecnia no desechó tal situación y puso en circulación el tan socorrido “certificado de regalo”, con el camuflaje de que si no sabe qué regalar, no se desespere para eso cuenta con esta argucia comercial que permitirá al agraciado escoger su regalo de acuerdo a su gusto, erradicando con ello el efecto maravilloso de la sorpresa o la ansiedad por abrirlo producto de la incertidumbre para ver su contenido.

¿Es prioritario invertir enormes cantidades de dinero para dar alegría a alguien en estas épocas crudas? Considero que es mejor obtener el afecto y la aprobación de la gente por lo que somos que por lo que damos; pero si ya de plano sus amistades son demasiado materialistas, pues hay sabrá usted lo que gasta en estas festividades decembrinas, pero si no desea hacerlo tiene dos opciones, una es cambiarse de religión y la otra es mucho más práctica vuélvase un ermitaño.

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