jueves, 3 de marzo de 2022

Yo me bajo en la Maclovio.



Recuerdo esa calle en la época de la infancia, con su empedrado que cuando llovía el olor a tierra mojada era humedad sabrosona, sus banquetas chuecas elaboradas por los vecinos, la mayoría de las casas tenían techo de teja con el titipuchal de pelotas lisas atoradas. En los pocos cables de energía eléctrica que en ese entonces había, casi siempre colgaban de ellos papalotes descoloridos y tenis rotos. Pese a los diablitos de varios vecinos, la luz funcionaba bien, salvo el día en que transmitían películas de El Santo, la muy ojete se iba hasta por seis horas. De niño pensaba que no vivía en un lugar como el tercer mundo del tercer mundo, pues no lo percibía tan jodido, era algo así como clase mediero, pues conocía lugares peores, la única evidencia del progreso que desde ese entonces ya funcionaba, y que cuando desperté ya estaba ahí, era la gasolinera, en donde los camiones urbanos con su laringitis resollaban día y noche.

Después de un enorme sismo, nuestra casa de adobe y teja se derrumbó, sí, como la canción de Emmanuel, luego llegó una tropa de albañiles y nos la hicieron nueva, sin que la familia invirtiera ni un pesito, nos pavimentaron la calle con chapopote, las banquetas continuaban chuecas y chimuelas, de pronto la afluencia vehicular aumentó, dando fin a las cascaritas de fútbol, es más, ya ni había tierra para las canicas ni el changarais; quienes chambeaban en oficinas tuvieron que cambiar su rutina de ida y vuelta, pues el servicio de taxi que antes pedían con quince minutos de anticipación, ahora lo tenían que solicitar con media hora, para que no les salieran con: “uy, seño…pos es que le puedo enviar la unidá en unos veinte minutos o más, es que el tráfico esta rete pesado”, ¡ni modo a recorrer medio sueldo viajando en taxi!

Hoy la calle esta pior de atascada de coches, el pavimento lleva como quince capas de revestimiento y cuando llueve la humedad es ahumada, ya casi no quedan árboles y los que quedan son causa de riñas entre chóferes para dejar bajo la sombra sus vehículos, los pocos vecinos que quedan ya ni se conocen entre ellos, además, todas las mañanas levantan resignadamente las inmensas cacas de los finísimos perros que la gente lleva consigo mientras realizan sportive walking, las ambulancias continúan paseando la tragedia en primera clase, las aceras gastadas de tanto peatón cada día se corroen más, pero mi amigo no se desanime aquella Ruta 5 pronto pasará, los desmaquillados locales comerciales que albergaron la ilusión de un próspero negocio ahí están más solos que El Paraíso bíblico, al llegar al 310, de pronto me dio por llorar, ya no había las gradas donde te solías sentar a ver la gente pasar, ahora una puerta como La Fortaleza Roja de Games of Thrones borró toda esencia de ti, mientras mi corazón se puso a gritar, ¿dónde estás? A pesar de ello, señor del camión, yo me bajo en la Maclovio donde mi infancia guardó.

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