jueves, 23 de septiembre de 2021

Simulacro de tensión.

Los sismos del 19 de septiembre de 1985 y 2017 -¿qué onda con la naturaleza? ¡Mira que provocar dos movimientos telúricos en una misma fecha! Me da la impresión de que fue su desafío al supuesto pensamiento crítico y racional-, permanecen indelebles en la memoria de cualquier chavoruco coleccionista de discos y monitos; días de susto y de darnos cuenta de lo mejor y lo peor de la población, manifestaciones de solidaridad no solo de nuestra gente, sino de otros países, el simbólico puño en alto en señal de silencio para escuchar a los sobrevivientes debajo de las montañas de concreto y varillas, ese puño en alto que significaba la esperanza, los ánimos por continuar la búsqueda y la resistencia de los mexicanos en no dejar sacudirnos por las tragedias.

El domingo pasado surtiendo mi tísica y desnutrida despensa en cierta cadena de supermercados cuyo nombre omitiré para evitar ser vetado, digo, si me la hacen de tos por la bolsa de rafia color sarape que llevo, pues casi siempre los muy ojetes vigilantes me la quieren quitar, ¡ya se imaginarán si digo cuál tienda es! Esa mañana mientras me tomaba la temperatura con el termómetro infrarrojo y untaba mis manos con gel de dudosa elaboración, el personal del ingreso explicaba que iba a haber un simulacro para que no nos asustásemos al escuchar las alarmas y que siguiéramos las rutas de evacuación.


Estando en el departamento de abarrotes, uno de los empleados me dice que están sonando las sirenas de las alarmas -que por cierto ni se escuchaban-, y que tomé la ruta de evacuación siguiendo los señalamientos, al llegar a la salida de emergencia cinco personas y quien firma lo que escribe nos encontramos con la sorpresa de que ni con seis brazos la barra de pánico de la puerta de emergencia abría. De pronto llega un personal de la tienda y nos pide que salgamos por la salida principal, donde un tumulto lo hacía al igual que nosotros. En el estacionamiento había unas chicas con cartulinas que tenían escrito: “Zona segura”.

Mucha gente se fastidió y casi abuchearon al gerente, mientras este con cara de “trágame tierra” nos miraba de reojo como los perritos regañados; poco a poco entre la guasa y refrescadas de madres, ingresamos al interior del supermercado, estuve a punto de regresarme y decirle al administrador que su simulacro fue un éxito, pues sin tratarse de ninguna calamidad, había descubierto un titipuchal de oportunidades de mejora, si las corregía, lo más probable es que brindaría un lugar seguro a la clientela, pero no… no regresé, me ganó más mis prisa que la solidaridad de alzar el puño, por ese semejante que apenas hacia ruido entre los escombros de los escrúpulos y las varillas de la humillación, ¡pinche egoísmo de mi parte!

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