jueves, 11 de junio de 2020

Diario de la cuarentena 8

Disfrutando el dolor


De esas noches que tienes la ingrata ilusión de que en algún momento te llegará el sueño, mientras el cansancio del estrés del confinamiento no te deja dormir, llegan pensamientos extraños como aquel en las épocas de bachillerato cuando a la salida nos encontrábamos con don Fidel, un sujeto de edad avanzada que con sus manos roladas golpeaba las manivelas metálicas de su artesanal caja de toques eléctricos, mientras nos miraba pícaramente al son de: ¡Toqueees, toqueees! Como buenos mexicanos al grito de guerra que somos, íbamos corriendo a recibir nuestra dosis de masoquismo, que nos sabía a glorioso desafío.

Entre apuestas de chesco y torta mis compañeros se la rifaban aguantando altos niveles de voltaje, es más, a veces hasta los cabellos de la choya se nos erizaban; luego hacíamos la cadenita, que incluía la pamba con pica hielo al que se rajara. En mi escepticismo, le llegué a preguntar a don Fide -así, le decía el Tubas-, sobre los beneficios de esta tortura en miniatura, a lo que él como todo un chamán urbano eléctrico respondió, que los toques aminoran el estrés, vencen al cansancio, detienen la desesperación, eliminan la debilidad, disminuyen la borrachera, relajan el dolor de cabeza y curan la cruda, ¡no marches más medicinales que el limón!

Tic, tac, tic, tac, las pinches manecillas del histérico reloj anuncian la medianoche, mientras sentado sobre mi colchón elevo una plegaria por aquel ambulante Lord de los electroshocks, para que donde se encuentre, me envié una descarga amansa locos y pueda por fin conciliar el sueño, pues creo que cuando duermo estoy mucho mejor.

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