jueves, 23 de agosto de 2018

Enfoques de vida

En cierto plantel educativo, de cuyo nombre no quiero acordarme, no hace mucho tiempo que habitaba un director de pantalón caqui, camisa a rayas, barba de candado y mente muy amueblada; era la época de inscripciones, en su oficina se le veía sentado frente al monitor de la computadora, al lado de una montaña de oficios y hojas membretadas, Hilda, su secretaria, graduada del curso de Taquigrafía y Mecanografía impartido por la academia Minerva, era la antesala para recibir a los padres y madres de los aspirantes.

Es, pues, de saber, que este sobredicho director, los ratos que estaba ocioso –que eran los menos del año– se daba a leer libros con tanta afición y agrado, que olvidó casi de todo punto el frontenis, ese deporte de pelota vasca al que recurría para guardar el estrés laboral, ahora busca en las plataformas de comercio electrónico libros extraños o primeras ediciones de literatura moderna, siendo su máximo tesoro ese libro de Los versos del capitán sin firmar por Neruda –ustedes ya saben por qué no lo firmó en su momento–, el cual con orgullo presume a sus visitantes de casa.

Esa mañana, Hilda le llevó unos padres que ansiosos cuestionaban si en esa escuela existían estudiantes perversos, montoneros y malhablados, si los profesores eran corruptos, reprobadores y elitistas que solo prefirieran a los aplicados. A lo que el director respondió, “lamento defraudarlos, pero aquí son así”. Al escuchar lo anterior, los progenitores agradecieron la sinceridad de la autoridad, se pusieron de pie para retirarse dispuestos a buscar otro centro educativo que cumplieran con sus expectativas.

Enseguida, la secretaria pasó a otra pareja, quienes humildemente le dicen que por motivos laborales habían cambiado de ciudad, que se arrepentían de haber sacado a su hijo de la escuela de ese lugar, pues todos los profesores eran atentos, comprometidos con su labor, cumplidos de sus horarios y honestos en la forma de evaluar; también que los estudiantes eran jóvenes solidarios, hospitalarios y dedicados al estudio.

Señores, ¡qué suerte tienen! En esta escuela tanto alumnos como profesores son iguales a los de donde ustedes vienen. Sin pensarlo, los papás decidieron formalizar los trámites para que su vástago estudiara ahí. En cuanto se retiraron, Hilda intrigada por las respuestas a las dos familias, le comenta, “director, ¿es posible hacer eso con las personas?”

Mire, cada corazón es un universo, quien no ha encontrado nada bueno en sus conocidos, tampoco lo encontrará en las personas nuevas que conozca. Es muy distinto de aquel que va por el mundo sembrando amistad, encontrando en las personas aspectos positivos que, sin dudarlo, se reflejarán en sus actividades diarias. En pocas palabras cada quien en su interior, es lo que percibe en el exterior, por lo tanto, así será captado por sus semejantes.

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