jueves, 7 de junio de 2018

La vida es un GIF

En la actualidad, uno a veces es presa de la vorágine que la tecnología nos hace vivir, es como si nos embriagáramos al ver cómo la inmensa minoría de las personas prefieren ser zombis o remedos de la criatura del doctor Frankenstein conectados a internet, de tanto uso tan desordenado que se le da ya ni me enojan los descalabros ortográficos que en ella pululan, es decir, nuestro alfabeto ha superado el trauma de escribir “aki” en lugar de “aquí”.

Para los que no somos Millennials, es oportuno saber que GIF es un formato de intercambio de imágenes muy popular entre las generaciones actuales, debido a que es uno de los archivos más compartidos en las redes sociales, el cual consiste en el movimiento de uno o varios fotogramas, cuya duración oscila entre los tres o cinco segundos y que se repite de manera infinita. A veces se utilizan para expresarse, otras para echar guasa sobre algo o alguien. Existen aplicaciones para el teléfono celular con las cuales cualquiera puede elaborarlos, o sea, ¡no hay un libro de GIF para Dummies, wee!

Si a lo anterior le sumas que a través de Snapchat, que es otra aplicación de mensajería para celular con la cual se pueden intercambiar rapidísimos archivos multimedia de imagen, pos de volón pin-pon que se pasa de un usuario a otro multiplicándose como conejos en primavera, ahora sí que ni borrando el historial lo desapareces de ahí, y lo que sucede en Snapchat, se queda en Snapchat. Prueba de ello fue esa fotografía que un alumno sin mi consentimiento la tomó y transformó en GIF, mientras un servidor cavilaba aferrado al pasamanos de la ruta de autotransporte en la que viajaba rumbo a la escuela. Ya se imaginarán el efecto con el movimiento constante del camión en lo flácido de mi abdomen producto de tanto alimento que hace transparente las servilletas de papel.

De su existencia supe cuando al arribar al aula, un aluvión de barullos, risas sarcásticas y miradas burlescas recibió mi llegada, las cuales una vez que estuve en el interior fueron apagándose lentamente hasta el silencio sepulcral; durante la clase esporádicamente se escuchaban ciertas risitas que molaban más que un grillo en habitación durante la medianoche. Fue por el descuido de uno de ellos que la vi, al principio la cólera con su insensatez trató de nublar mi razón, pero recordando ese curso de Conocer y Regular Emociones, puse un pensamiento positivo, di unas respiraditas y lo único que dije fue: ¿qué tal si fuera al revés?

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