jueves, 4 de febrero de 2016

Dios del horario

Durante la reunión de inicio de cursos de cualquier bachillerato, en el orden del día existe un punto básico –para quienes nos dedicamos a instruir alumnos, construyendo saberes y disminuyendo aspiraciones a delincuentes, esos que celebramos nuestro día el 15 de mayo y en casa algunos contamos con libros y otros con una Hummer –, la entrega de horarios de clases, mientras lo esperamos, soportamos el aburrido sermón de bienvenida con sus notas reflexivas sobre el ejercicio de la docencia, las polémicas estadísticas de fin de cursos, los tediosos acuerdos que nos dejan en desacuerdo entre nosotros, con tal de llegar al anhelado momento que casualmente siempre dejan al último para angustiosa tensión.

Se trata de un acontecimiento cíclico, pues presenta siempre las mismas características; solamente dos veces al año aquellos que sabemos el significado de educar y nos lo tomamos en serio pausamos nuestras ajetreadas agendas domésticas conscientes de que durante seis meses adaptaremos nuestro ritmo de vida a los designios de una persona. Razón por la cual el nerviosismo ocasionado por la incertidumbre de ignorar cuál será el horario de clases llega a veces a estresarnos.

Quien elabora el horario escolar, es catalogado como una especie de Dios, pues el ritmo de vida de familias enteras depende de su todopoderoso albedrío o capricho, es más, algunos docentes con tal de verse agraciados son capaces de rendirle culto, llevándole ofrendas, otros con tal de que no se olvide de sus necesidades, cual feligreses lo visitan más veces que a cualquier deidad.

Al momento de recibir esa hoja donde se inscribe a tinta negra el futuro de cada uno durante el siguiente ciclo escolar, se observan rostros desencajados tachando al autor de sus horas escolares con el apelativo cariñoso para los desalmados, o séase, de ojete. Es fácil adivinar que quienes abandonan la reunión como diciendo “vieja el último”, fueron agraciados debido a sus zalamerías, sin embargo, siempre existe el que además de haber sido favorecido se queda a disfrutar del dolor ajeno con mirada de lero, lero, candelero, ¡así de Kool-Aid!

Mientras el clamor de los menos agraciados irrumpe la armonía de la reunión, en su interior del Dios del horario resuena las palabras “no oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”, al mismo tiempo que cínicamente da la instrucción de que encuadremos los horarios entre nosotros, pues entre sus poderes no se encuentra el adivinar necesidades, es cuando deja de ser el altísimo para convertirse en Poncio Pilato y, así por los siglos de los siglos.

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