miércoles, 18 de diciembre de 2013

Pachangas decembrinas

Se acercan las fiestas de fin de año, esos festejos que todo mundo le atora, los mentados guateques conocidos como Guadalupe-Reyes, la verdad para mí a veces son divertidas y otras no tanto; para las personas que laboramos en instituciones, donde cumplimos un horario, ocupamos escritorios –algunos con montañas de papeles y rodeados mil un chucherías­, que siendo honesto a veces estorban–, reglamentos interiores de trabajo o estatutos de conducta laboral, con viernes y sábados de casual o informal, donde algunos hasta de bermuda y chancleta surf se presentan a la chamba (¡qué poca seriedad! ¡Qué mal ejemplo!), con salida temprano –para los que no checan, pues los que sí, ¡se aguantan! Ja, ja, ja, por no decirlo de otra censurable manera.

Ahora que se aproximan las fiestas decembrinas, la empresa o institución no puede quedarse quieta, aquí me resultan curioso los colegas que con ansias las esperan, es común escucharlos decir “oye, cuándo y dónde va a ser la fiesta”, “¡que no sea hasta al último, porque para entonces va estar de hueva ir!”, “que nos digan ya para ir a comprar ropa a Liverpulgas”.

Ante tal ansiedad encuentro dos hipótesis, la primera es que en estos agasajos las bebidas embriagantes como son gratis, la borrachera inyecta ciertos ánimos para decirle a la bien dotada secretaria tus sexosas intenciones sobre su voluptuoso cuerpo, efectivamente esa damita de excelentes curvas que tus pupilas enloquecen cuando la ven partir y que la han estado siguiendo desde la primavera. La segunda hipótesis, es que ese estado etílico en el que te encontrarás te va a dar el valor suficiente para ir a decirle en plena jeta al compañero que te cae mal lo que sientes –el tipo que toda la jornada está poniendo música guapachosa tipo congal a tope de volumen y habla a gritos para que todos nos enteremos de sus proezas– o plantearle la neta a tu jefe, ese sujeto que sólo cuando requiere algo de ti, te hace sentir que existes.

A veces da la impresión que muchos compañeros durante los once meses previos a estos eventos estuvieron en ayunas, pues a la hora de servir los bocadillos y la cena le entran tan desesperados cual niño de Biafra, las pupilas se les ensanchan cuando observan pasar a los meseros con las charolas humeantes, es más, hay personas que hasta les dan propina para que les sirvan primero todo lo habido por engullir, otros llevan su trastecito para guardar en ellas las sobras o los platos que nadie se comió para el recalentado de mañana.

Un hecho naquísimo, es la encarnizada pelea entre colegas por el centro de mesa, esa velita en color rojo o azul adornada con esferas y su flor de noche buena polvoreada de dorado, al cual están muchas miradas puestas en él, para ver quien se lo llevará, como siempre el más gandalla es quien lo obtendrá, terminando como adorno del tanque del escusado.

Se supone que por las fechas que son, tales eventos deben de fomentar la fraternidad, el compañerismo, la armonía, la paz y el amor, todo ello prevalece en el sentir de los asistentes hasta que no llega la rifa de las canastas navideñas, pues quien resulta agraciado, se vuelve un desgraciado ante los ojos de los envidiosos, que inmediatamente empiezan a decir “¡cómo que se la sacó ése, si ni necesidad tiene!”, “el muerto de hambre de siempre es el ganón”, “espero que así ya no ande de llorón pidiendo prestado y de perdida la venda”; igual sucede con el intercambio de regalos entre “compañeros”, pues al final la mayoría lo considera injusto por lo que dieron y lo recibido.

Cada víspera de la navidad en cualquier lugar donde se aglomeren personas y crean en el argot comercial navideño de que un árbol adornado de esferas y luces multicolores representan el espíritu de esas festividades, lo más probable es que sea el mismo cuento repetido.

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