miércoles, 8 de enero de 2014

¿Dónde pasaste la fiesta?

Un problema con que me he topado durante las festividades de diciembre –creo que algunos matrimonios se van a identificar con mis argumentos y los hijos de las parejas que están divorciados también–, es que se supone que la naturaleza de éstas, es fomentar el amor, la fraternidad y la paz, más aún en el seno familiar, pero en el caso de los casados en lugar de unirlos, acontece lo contrario, como que se abre una especie de brecha, pues comienza la desavenencia gracias a la incompatibilidad del lugar dónde se reunirán para celebrar la fiesta, es decir, con la familia de ella o con la de él.

Es toda una bronca ponerse de acuerdo, primero y lo más negativo, es justificar el porqué es incómodo reunirse con la familia de cualquiera de los dos, se buscan los peores defectos a cualquiera de los parientes con tal de tener la razón, “uy, la cena que hacen en tu casa está bien pinche salada, además tus hermanos se ponen hasta las chanclas de pedotes y hacen un espectáculo de pena, los hijos de tus hermanas se la pasan tronando cohetitos hasta en el arbolito, ¡Ay qué hueva tu casa!”

Algunos matrimonios para evitar tales diferencias y estar poniendo durante la reunión cara de haber lamido un limón en ayunas, acuerdan pasar la navidad con los familiares de uno y el año nuevo con los del otro, pero el problema da inicio con acordar con cuales familias van a pasar un festejo, “ay, la navidad en casa de mis papás y el año nuevo con los tuyos. ¡Oye, estás loca! Navidad con los míos y fin de año con tus parientes”; otra alternativa es equilibrar los tiempos, dos horas con una y otras dos con la otra para finalizar en su respectiva casa, aquí puede que existan otras diferencias, pues no falta el pariente que les pide que se queden otro ratito, y en nuestro país un rato equivale a unos cuantos minutos o hasta cuatro horas y si alguno de los dos lleva unas copas de más, se pasará por el sobaco lo acordado.

Más de alguno de los lectores dirá, déjense de pleitos y cada quien jale con sus respectivos parientes, si les incomoda la presencia de los suegros, pues más inquietos se pondrán con las sobrinas que no dejan de consultar su pendejo celular cada minuto, los abuelitos que cuando se llevan un bocado o trago a la boca se les tira la mitad y el jarioso chihuahua que por debajo de la mesa intenta tener sexo con las piernas de quien se las ponga enfrente, mientras piensas en lo tranquilo que sería estar en la fiesta de tu familia y no el suplicio de estar ahí.

Peor aún la viven los hijos de padres divorciados, pues los desdichados sin deberla sufren la presión de las dos partes, “¿entonces qué m`hijo, vas a pasarte la navidad conmigo o con la vieja de tu madre?” Todo un dilema, que la verdad los lleva al estrés, pues no hay que pasar desapercibidas a las nuevas parejas de sus progenitores con los cuales tendrán que convivir y seguro serán elementos de diferencias entre sus respectivos padres, ahora sí que se pone la situación color de hormiga, ¡pobres chavos!

Ante lo anterior, sólo resta preguntarnos, ¿dónde quedó la esencia del amor y la paz de estos festejos? Alguien los guardó en el egoísmo de sus entrañas y se desahogó gastándose su aguinaldo en regalos que la verdad quienes los recibieron ni los ocupaban. ¿Y usted dónde celebró sus fiestas?

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