jueves, 19 de septiembre de 2013

Somos humanos y nos llaman profesores

Siempre he dicho que las escuelas son espacios donde se transmite lo que en la antigua Grecia denominaban la enkyklios paideía, que en castellano quiere decir “instrucción circular”, esa serie de disciplinas propias de la educación que al cursarlas el individuo se volvía un “iluminado”, por este motivo me atrevo a afirmar que en las escuelas se inculcan conocimientos, razón por la cual los estudiantes deben de acudir educados de casa, pues resulta patético que los padres de familia al no dedicar tiempo para educar a su vástagos, pretenden que otros lo hagan por ellos, dejando tan ínclita función a los abnegados profesores.

Estoy de acuerdo que además de la formación académica, en las escuelas, quienes asistimos a ella aprendemos otras cosas que en casa no habíamos asimilado, pero que sea tarea del docente corregir ciertos hábitos negativos que desde los hogares nunca se pudieron amedrentar, lo veo difícil; por otro lado, dejar a la responsabilidad del docente inculcar las reglas o convencionalismos sociales, pues está carajo, si nosotros los educadores, somos seres humanos, y por ende, errar también es parte de nuestra naturaleza.

Recuerdo que durante mis años de escolante… ¡ups! Perdón, estudiante, tenía mitificada la imagen del profesor, gracias a la influencia de mi madre, ese arquetipo que aún forma parte del inconsciente colectivo, donde se visualiza a este profesional dotado de autoridad y sabiduría, pues cual no sería mi terrible decepción al ingresar al bachillerato y en plena cabalgata de conocida ciudad, vi a mi profesor de… –para evitar herir susceptibilidades se omite este dato–, con cerveza en mano y estéreo del coche a tope de volumen, haciendo guarradas.

Al día siguiente, en clases opté por guardar silencio, pero el más inquieto de mis compañeros de grupo le cuestionó esa actitud, a lo que ufanamente respondió, “¿qué no tengo derecho a divertirme como ustedes? ¡También soy humano!”, Imagino que para no hacerle sentir mal, todos nos reímos como si se tratara de un chascarrillo, mas tal argumento a algunos nos pareció de poca responsabilidad.

Gracias a tal defensa, conforme fui avanzando académicamente por los demás semestres, justifiqué a aquella catedrática que a pesar de estar casada con un ocupadísimo funcionario, en el estacionamiento tenía sus arrumacos con otro de sus colegas, imposible olvidar al profe galán que siempre se hacía una novia entre sus alumnas o el infiel directivo que andaba con la fea secretaria, la verdad su esposa era muy guapa, pero creo que no quería desgastarla, por eso prefería al esperpento de la taquimecanógrafa.

¿Es posible desde la escuela educar a los estudiantes? Sí, pero lamentablemente algunos docentes no predican con el ejemplo, es precisamente ahí, cuando la credibilidad deja de existir; cuántas veces quienes ejercemos la docencia hemos llegado al límite de la hora de inicio de nuestra clase, simplemente arribamos al aula y como especie de fastidio, de pilón pasamos lista, poniéndole falta a los que se hartaron de esperarnos, ah, pero cuando es al revés, cínicamente les aplicamos el reglamento a ellos si llegan tarde, argumentando, ¡los estamos educando!

Nos quejamos de que los jóvenes no saben trabajar en equipo y tristemente nosotros por el maldito ego de querer ser más que el otro, convertimos en Torre de Babel la reunión docente, pues nos resulta imposible ponernos de acuerdo para hacer un trabajo colegiado.

Los profesores somos por el hecho de ejercer nuestra profesión, figuras públicas, por eso dar el ejemplo no es la principal forma de influir sobre los demás, es la única, pero, al final de cuentas, todos somos humanos y profes a la vez, y errar es de… pues… de los alumnos o ¿no? ¡Ajá! Hasta pronto.

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