miércoles, 4 de septiembre de 2013

Los Afeitadores

Narra la historia que cierto día Platón observó a Diógenes, entre los desperdicios del imperio recoger una oxidada lechuga para alimentarse. Se aproximó sigilosamente y le comentó: “si estuvieras en la corte del emperador, no estarías alimentándote de las sobras”, entonces el extravagante personaje con la procacidad que le caracterizó, respondió: “prefiero disfrutar de estos manjares, que estar con la zozobra de saber cómo seducir cada día, a quien deseo manipular a mi antojo”.

Diógenes de Sínope, hablaba así porque él era un genio y además fue un tipo que no tenía ningún apego por los bienes materiales, un vagabundo, vecino del universo, más no un miembro del rebaño embrutecido, como los que usted y yo conocemos; esos tipos que continuamente se muestran siempre accesibles a los intereses de otros por conveniencia, por conseguir cada vez más bienes materiales, como dijera mi madre, “no tienen hartadero”.

Charlatanes que abusan de la inseguridad de otros, atiborrándolos de halagos y adulaciones con tal de disfrazar las deficiencias que ellos tienen, es más, sin recato alguno engatusan a sus superiores a través de mimos, buenos tratos –en apariencia e incluso hasta el trabajo pesado se los hacen con tal de conseguir algo, a veces creo que esa actitud zalamera para quien la recibe, llega en exceso a resultar incómodo, digo, ha de ser vergonzoso que delante de todos te llamen con frases en diminutivo. Pero también hay quienes son felices con esos tratos, que incluso se vuelven indispensables, pues hasta los buscan cuando no están cerca.

Muchas veces, estos lamebotas, ocultan tras todos sus elogios, la repugnancia o el odio que experimentan hacia la persona que barbean, he conocido sujetos que antes de que un individuo fuera su jefe, para ellos era considerado de lo peor, un ser non grato, y ahora resulta que hasta íntimos son o lo que es peor, forman parte de su séquito, mientras el pobre ingenuo de tanto que les simpatizan por los atributos que le achacan, se ha vuelto su cómplice, solapando todas esas ineptitudes que ellos querían que pasaran desapercibidas ante los demás.

Desde mi humilde opinión, creo que no es necesario ser un arrastrado para conseguir lo que se quiere en la vida, considero que si cumples con tu empleo como debe de ser, no ocupas recurrir a colocarle el tapete bajo sus pies a tu jefe cada vez que lo veas, con esto no estoy afirmando que lo ignores, al contrario, la humildad y cordialidad es primero, pues al fin de cuentas lo que debe de valer es el desempeño laboral y la lealtad de uno, más si a los altos mandos les agradan los chupamedias, sólo recuerden que quien cuerda les da, ahorcados los quiere ver.

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