miércoles, 24 de abril de 2013

Costumbre

Es común que una persona cuando después de rifársela por conseguir un empleo para sobrevivir dignamente, encuentre uno y pasado cierto tiempo se familiarice con el puesto que desempeña dentro del sector laboral, además gracias a la rutina llega a creer que cada actividad es tan simple o común que su realización algunas veces la efectúa de forma inconsciente.

Por lo mecánico o automatizado que el ejercicio de un empleo imprime en quien lo desempeña, en varias ocasiones se pierde cierta sensibilidad humana, razón por la cual en algunas salas de urgencias de clínicas y hospitales es común que sin importar la gravedad del enfermo, la asistente médico, por el simple hecho de que éstos llegan caminando los obliga a esperar su turno, ¿qué no es urgencias?

Tal hecho me ha permitido ser testigo de la muerte de un paciente por infarto al miocardio y de una señora que en plena sala de espera sin ninguna esperanza dio a luz, provocando que parte de los acompañantes que ahí nos encontrábamos, sin haber hecho el juramento a Hipócrates tuviéramos que fungir de galenos, mientras los médicos en sus consultorios se encontraban a la espera.

Así nos hemos topado con profesores que llegan a creer que la educación de sus alumnos son esas diapositivas de PowerPoint que se esmeró en darle copy paste de Wikipedia o una hoja con las instrucciones de las Horas de Teoría Independiente, que ni siquiera logro comprender, pero que las aplica por el simple hecho de que un contenido programático se lo indica; igual acontece con ese servidor público que se ocupa por resolver asuntos particulares de índole doméstico en horas de oficina, ignorando la premura con la que requieren ser atendidos sus usuarios.

Hace unos días caminando sobre la banqueta del IMSS, escuché la plática de dos empleados de diferentes casas funerarias, esos tipos cuyo instinto de zopilote los hace estar a las afueras de hospitales a la espera de que su socia la calaca les pase la factura de algún difuntito, uno de ellos con cierto aire de elocuencia presumía al otro que ya tenía seguro a tres candidatos al otro mundo, mientras su rival en negocios de forma sarcástica le responde, “creo que te la pellizcaste, pues supe que a dos de ellos los van a pasar a piso”, a lo que ufanamente le responde, “no importa, uno tiene cáncer y el otro diabetes mellitus, o sea, de todas formas se van a morir. ¡Así que te agandallé de nuevo los clientes!

Imaginen cómo reaccionarían los familiares de los enfermos, si hubiesen escuchado la charla de estos trabajadores, lo más seguro es que les recordarían la memoria de su santa madrecita y la cancelación inmediata del contrato funeral, es más, buscarían una empresa ajena a ellos con tal de no saber de su non grata presencia y el trato inhumano respecto al dolor ajeno; he aquí un motivo por el cual la costumbre muchas veces nos ciega de lo esencial del empleo, el servicio y sobre todo el trato digno que nos merecemos cualquiera de nuestra especie, óigame, si el veterinario atiende muy bien a sus pacientes, porque uno que trata con humanos no lo va hace sentirse satisfecho por la asistencia que recibe.

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