miércoles, 16 de enero de 2013

¡Yo no fui!


Existe un adagio popular donde se dice que la culpa es una fea dama a la que nadie le llama la atención echársela, pero en sí, ¿qué es el sentimiento de culpa? Es cuando alguien asume la responsabilidad de su conducta después de haber cometido un acto positivo o negativo, más en la mayoría de los casos negativos, rara vez se tiene la capacidad de afrontar las consecuencias de esas acciones.

Precisamente en estos días de vacaciones tuve algunas experiencias donde las personas pusieron de manifiesto su evasión por hacerse responsables de las negligencias que cometieron; la primera de ellas fue en una conocida lonchería que se ubica por uno de los periféricos de nuestra ciudad.

Los que acuden a ese lugar saben que, de entrada, nadie les toma la orden, lo único que hacen los pseudo meseros –pues a veces hasta el personal de la administración toma esta función– es proporcionarte el menú y un bolígrafo para que tú mismo anotes el pedido; esta viene siendo la primera evasión de su compromiso servicial. Una vez que mi pareja y yo seleccionamos el almuerzo, esperamos aproximadamente treinta minutos a que los empleados concluyeran sus respectivos desayunos, pues llegamos en el momento en que todos disfrutaban de sus sagrados alimentos. Ahora me explico por qué a esa hora el lugar se encuentra repleto de clientes, pues no hay nadie quien los atienda debido al tiempo del lunch.

Fue la cocinera quien les avisó que nuestra orden ya estaba; entonces, el mismo individuo que nos entregó el menú nos llevó a la mesa los platillos. De pronto mi acompañante, indignada, le dice que ella no pidió lo que le sirvieron; el empleado con cara de “¡yo no fui!”, sin pronunciar palabra alguna se retira a la cocina. Pasados cinco minutos vuelve esbozando un rostro sarcástico y nos restriega la orden, presumiendo que el error fue nuestro, pues la hoja presentaba tachaduras que la modificaban. Esto es fatal, ya que además de echarnos la culpa, nos quieren chamaquear.

Ante tal descaro e injusticia cometida hacia nuestras personas con tal de enmendar su torpeza, no tuve más alternativa que decirle a la administración que esa mañana sus empleados almorzaron ineptitud. La que ahí fungía como responsable nos ofreció disculpas, prometiéndonos que nos cobraría el pedido como originalmente se hizo y que ya no volvería a suceder, más el amargo sabor experimentado por el jugo de bilis acompañado de la torta de hígado quién nos lo quitaría en ese momento; es más, ni con una menta se refrescaría el aliento, aunque mentárselas a ellos tal vez nos regresase el buen humor.

La segunda ocasión donde se presentó otra falta de responsabilidad fue en esos restaurantes de comida japonesa que pululan en la ciudad, cuando después de recibir el pedido nos percatamos que uno de los tentempiés despedía cierto aroma semejante al de huevos podridos. Inmediatamente llamé; una vez explicado el detalle, el responsable amablemente justificó que efectivamente estaban conscientes de que el queso asadero se encontraba descompuesto, pero así se lo surtió el proveedor, o sea, ellos no son culpables, son otros.

Más, ¿si sabían de ese problema, por qué continuaban haciendo platillos con un ingrediente en mal estado? Acaso no es un engaño o, peor aún, una falta de higiene y salubridad en los alimentos. Pese a eso, el tipo ofreció compensar tal falta surtiendo el próximo pedido de forma gratuita, ¿soborno o disculpa? Usted decida, pero de nueva cuenta ellos quedan exonerados de responsabilidad.

¿A qué se debe la existencia de ese complejo de culpar a otros en lugar de asumir honestamente la responsabilidad? Simplemente porque fuimos educados para percibir los errores como escándalos y no como peldaños, pues sólo unos cuantos enseñan cómo afrontarlos y, lo más cruel, pocos son capaces de reconocer los méritos o logros en los demás cuando los aceptan.

No hay comentarios: