miércoles, 7 de noviembre de 2012

Corazón de concreto


Hace varios años, durante la década de los ochentas, el cantautor español Joaquín Sabina ponía en los carmesís labios de Javier Gurruchaga, líder de la Orquesta Mondragón, una letra que describía cualquier ciudad sobrepoblada del mundo que se sitúa en el mapa de la soledad, que al llegar a ella endulza la boca con el caramelo envenenado de la ansiedad y el estrés que en su trajín produce a quienes ella habitan.

Jamás pensé que la nuestra algún día se asemejaría a la descrita en esa canción, pues aquí la gente se empeña siempre en ser el más dominante que cualquiera, razón que los hace pensar que los niños que venden chicles en la vía pública y los indigentes son parte de la escenografía de nuestras transitadas avenidas; van al trabajo sin un minuto de más, lo que los hace moverse como una antigua película de Chaplin nada más sin comicidad.

Tiene hermosas estudiantes que con su minifalda escolar parecen darle la espalda a la inhibición popular, mientras los artistas circenses que durante cada alto del semáforo brindan un espectáculo digno del Cirque do Soleil por unas cuantas monedas exentas de impuestos de quien si paga tal tributación; no pueden faltar los kamikazes choferes que se vuelven conductores suicidas y daltónicos al no percibir el color del semáforo durante las horas pico y que llegan a considerar al peatón como un tope más.

Pese a ello no hemos perdido nuestra capacidad de asombro ante cualquier novedad comercial y como si diéramos un salto pa´trás darwiniano, nos comportamos como primates atraídos por todo lo que brille, al grado de confundir el destello de la luna con el de los anuncios de neón.

Sus habitantes siempre con ansia de escapar de la monotonía, inventan días feriados para festejar, hacen del quinto día de la semana un jue-bebes, y el viernes se disfrazan de quienes intentan aparentar, acudiendo a reventar a los bares en plan de ligue acechando como el cazador a sus presas y consumiendo botellas de licor que afuera con el dinero que en ellas invirtieron, bien podrían comprar una caja completa.

Desde la madrugada nuestra ciudad empieza a tener vida, uno sale a buscar el medio de transporte que lo llevará al empleo, durante ese andar debemos cuidar donde pisar pues las calles se encuentran invadidas por el excremento de los perros cuyos amos nunca recogerán cuando los sacan a pasear; algunas señoronas ataviadas en ropa deportiva color pastel orbitan alrededor del jardín en su afán por perder esas libritas extra, que a la hora de la cena echaron de más.

Es esa misma gente capaz de manifestarse en contra del cautiverio y maltrato de los animales, pero que siguen dejando encerrados a sus hijos en orfanatos y desollando al prójimo con sus calumnias.

Nuestra ciudad es en sí, un enorme corazón de concreto, que late al ritmo de quienes la habitamos, es esa ciudad que los puritanos intentan equiparar con las míticas Sodoma y Gomorra pero en versión moderna, pese a tal comparación la amo aunque sus pobladores no me correspondan, pues a pesar de que siempre todos estemos tan cerca rozándonos los codos, no somos capaces de estrechar la mano con entusiasmo a quien nos la extiende, y peor aún, la bondad es sinónimo de estupidez.

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