miércoles, 10 de octubre de 2012

Onomástico


Existen dos cosas en la vida de algunos seres humanos que son pretexto para rechazar las normas sociales establecidas por sus progenitores, la primera de ellas es la familia, si ésta es algo disfuncional, inmediatamente se lo escupirán en la cara, con palabras como “yo no pedí venir al mundo”, “¿por qué nací aquí?”, entre otras quejas que justificarán algunos de sus actos reprochables. La otra es el nombre que sus padres les otorgan.

Aquí si les doy la razón a algunos, pues el nombre es seleccionado desde el momento en que se enteran del género del recién nacido, siendo los propios padres quienes eligen cómo se llamará su retoño; antes de continuar es necesario aclarar que para la intención de este texto el término “nombre” implica una palabra que sirve para identificar a un individuo y distinguirlo de otros, lo cual no significa que con el simple hecho de llamarse de cierta manera el sujeto esté poseyendo las características y cualidades de quien ya se llamó igual que él, es decir, un nombre no indica el valor y la personalidad de los sujetos.

Entre las diversas referencias que existen para nombrar al vástago se encuentran los nombres heredados, es decir, si alguno de los padres o abuelos se llamó Eustaquio o Josefina, pues la pobre criatura tendrá que llamarse igual, para corregir el error alguno de la pareja intentará mejorar la anomalía sugiriendo otro cómo Ricardo o Beatriz, luego cuando el afectado tenga uso de razón, escribirá sólo de forma completa el que le agrada y únicamente la literal inicial del que le incomoda, ¡así o más terrible!

Otro método para seleccionar el nombre apropiado del neonato es recurrir a la Biblia, razón por la cual existen como milagro de los panes y los peces nombres múltiples de José, María, Jesús y en el peor de los casos Ananías, Casimiro y hasta Tarsicio; otros recurren a la revista cultural de antaño pionera de las telenovelas llamada “Lágrimas y risas”, donde la Reina de las Historietas, la señora Yolanda Vargas Dulché de la Parra, es culpable de que muchas mujeres cuarentonas hoy sean identificadas como Rubí, María Isabel, Casandra, Yesenia, Alondra incluso hasta Oyuki.

Caso extraordinario es el fanático del deporte que opta por bautizar o registrar a sus retoños como los países sedes de los mundiales o los juegos olímpicos, motivo por el cual existen personas que responden al llamado de Francia, Grecia, Italia, Argentina, etcétera; también se da el caso del aguerrido aficionado al balompié que llamó a sus hijos América, Morelia o Santos. Igual de patético son los que deciden por ponerles nombres de luminarias de cine o el deporte, aquí la verdad uno experimenta pena ajena cuando por la calle se topa con un Gael, Marilyn, Diego Armando o Brad, y el inocente impúber es morenito de cabellos con champú de viagra.

Y qué decir de aquellos padres de familia que en su ingenuidad heredan el bullying a sus hijos cuando le ponen Zoila a la pequeña y, para colmo ésta se apellida Vaca Del Toro o los que se quieren ver importantes combinado el apellido con los nombres de famosos, razón por la cual hay Tom Cruz, Jennifer López y Arnoldo Sánchez Reyes, ¡hágame usted el favor! ¿Cómo se les ocurre semejante barbaridad? Digo, por qué no se detienen un momento y analizan con calma el ambiente que con un nombre heredarán a sus crías, las cuales sin culpa alguna tendrán que cargar con eso como una especie de maldición o lastre.

De lo anterior, recomiendo estimado lector, si usted y su respetable están en espera de un hijo, tómese todo el embarazo para elegir de forma consciente el nombre del bebé, si carece de imaginación, cómprese un libro donde se lo sugieran, pues incluso en ellos hasta el significado se incluye, pero por favor borre esa tonta idea de que al ponerle el nombre de algún célebre personaje estará dándole personalidad y carácter al futuro ciudadano.

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