miércoles, 24 de octubre de 2012

De vulgar y corriente…


Cierto día comentábamos un amigo que es editor y un servidor sobre los textos que más se venden, siendo honesto no me sorprendió que los más vendidos sean aquellos que para la secta de la decencia y las buenas costumbres escandalizan con su redacción vulgar, prosaica y soez, al grado de intentar censurarlos, más por lo fácil de comprender resulta imposible llegar a tal extremo, y eso que para algunas instituciones la censura equivale a quitar la caspa decapitando.

¿Qué es lo vulgar? Según su etimología de origen latín “Vulgaris o vulgus
” que al castellanizarse equivale a populacho o pueblo, o sea, lo que es común, general, normal; también se ha utilizado para denominar al lenguaje coloquial, por ejemplo, algunos para referirse a la axila lo hacen como sobaco, pese a los prejuicios de muchos es correcto llamar así a la concavidad que forma el arranque del brazo con el cuerpo, más ciertos acomplejados consideran una falta de respeto emplear el término sobaco, pues se les hace impropio e incluso hasta ofensivo.

Lo mismo sucede cuando nos referimos a las porciones carnosas y redondeadas que se ubican entre el final de la columna vertebral y el inicio de los muslos, pues se cree que al utilizar la acepción nalga se incurre a un improperio, más otros erróneamente, con la idea de que es correcto, emplean la palabra glúteo, sólo que ésta última, se debe usar para nombrar al músculo y no a la protuberancia carnosa; lo que significa que prejuicios e ignorancia van de la mano.

Partiendo de la idea de que es mejor escribir como el habla común, resulta lógico entonces concluir que los libros donde sus autores recurren a coloquialismo sean los más vendidos, pues sería patético leer novelas en las que sus personajes se expresaran con frases rimbombantes o a través de tecnicismos, igual de irónico como sucede en las telenovelas cuando existe una discusión, entre bofetadas, jaloneos y escupitajos cada personaje espera su turno para expresarse, ¡eso ni quien se lo trague! Entonces cómo vamos creer lo que se escribe si no se apega a la realidad, es como pensar que la juventud actual llama ósculo a los besos y coito a la cópula sexual.

Si tal argumento no fuera razonable, entonces el clero en el Siglo IV, para ser exacto en el año 382, no hubiese publicado la Biblia en la denominada “vulgata editio” o edición para el pueblo, la cual se redactó en latín corriente, dejando de lado el latín clásico que era una especie de latín estándar que se utilizaba en la redacción de textos escolares y gubernamentales y, que por lo poco común de sus expresiones causaba entre sus lectores cierto aburrimiento o fastidio al ser leído.

Más la supuesta preocupación por “preservar” las buenas costumbres y la moral, que desde aquellos censores en Roma aplicaban con el propósito de vigilar el comportamiento que para ellos debía ser normal, censurando todo lo que creían incorrecto de los convencionalismos sociales de esas remotas épocas, y que hasta la fecha persiste dando origen a que algunos libros, textos o ensayos no vean la luz pública.

En su ardua jornada por la pulcritud, muchas veces tal censura es tan patética que ha llegado a sugerir modificaciones en cuanto a contenido o títulos de obras, es como si Gabriel García Márquez, a su novela del 2004, la hubiese llamado “Memoria de mis sexo servidoras tristes” o que Antonio Garci, a su obra relajada y didáctica la habría intitulado “Tonterías célebres en la historia de México”, ¡eso sería una castración a la inspiración!

No olvidemos que los libros son cartas que se escriben a los amigos, y esos amigos somos todos los lectores, es decir gente sencilla que nos apropiamos de las ideas en ellos plasmadas para luego discutir, discernir o citar en algún intento de lucidez, por eso somos del populacho y quien no lo es, pues simplemente se dedica a censurar, con el pretexto que cierta vez aludió Martin Heidegger, el de mantener al rebaño perplejo.

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