miércoles, 19 de septiembre de 2012

TLC


Es una maravilla esto del libre comercio, uno se queda sorprendido con eso de las competencias en los negocios de todo tipo, de un changarro a otro los precios de cualquier producto pueden variar de manera favorable para los consumidores, igual cada tendejón se esmera por ofrecer a sus clientes una alta calidad en lo que venden, es un deleite cuando recorro las speedicas calles de la Ciudad de los Taxis amarillos, verdes e incluyentes, el observar como proliferan tales gangas.

Como en la viña del Señor, abundan de todo tipo, es más, hasta las casas funerarias le han entrado a esta sana competencia, pues es posible encontrar paquetes como el de pague ahora y muérase después, hasta ese de convertir en maceta al difunto, haciendo efectivo el dicho tan popular “el que nace pa´maceta no pasa del corredor”, y efectivamente ahora con tal promoción uno no sabe si después de haber dedicado su vida al estudio para ser un prominente profesional, concluya su vida formando parte del ornato en casa, donde cierto familiar exclame ¡María, no le has puesto agua al abuelo, mira que marchito se está poniendo!

Imagino que otra compañía funeral con tal de competir y ganar nuevos clientes va a contratar a un hechicero macumba para que convierta por unos pesitos extra al muertito en zombi, haciendo realidad el sueño de las abnegadas esposas mexicanas, tener un cónyuge que las obedezca al pie de la letra y cumpla sus caprichos.

Un fenómeno que trajo consigo la libertad de mercados es la proliferación de los mini súper; en nuestro estado existen dos compañías que se disputan las ventas, los cuales en su ridícula competencia por ser los predilectos de la clientela se han multiplicado como conejos en celo a tal grado de que en una misma colonia puedes encontrar hasta dos de cada empresa; por mi calle, antes de que existieran disfrutaba el salir por la mañana y contemplar desde el quicio de la puerta los majestuosos volcanes, ahora un enorme y colorado anuncio del negocio que utiliza dos equis para escribir su nombre castra ese paisaje.

En el interior de esas tiendas de autoservicio, es común encontrar a dos empleados, uno de ellos desempeña la labor de forma fácil, pues su actividad consiste en saludarte al llegar y una vez que reúnes tus artículos te indica que su compañero te va a cobrar, mientras el supuesto cajero registra lo adquirido por ti, después de darte a conocer el monto total, si existen centavos que se necesitan para cerrar la unidad, lo más probable es que te exhorte a sumarte a la causa altruista de la empresa, redondeando la cantidad y donando esos centavos que te iban a dar de cambio para auxiliar programas y servicios de instituciones de beneficencia.

Si accedes, serás despedido con una enorme sonrisa, caso contrario si decides que no, pues ni bolsa te ofrecerán para que deposites tu compra, ¿acaso es justo que al cliente se le obligue a contribuir con los dueños de estos establecimientos para que se paren el cuello a cuestas de los “donativos” de uno? A poco no es cierto que tal dinámica les permita evadir impuestos ante el fisco.

Antes en los estanquillos, el abarrotero para quedarse con el cambio de perdida te hacia un trueque con sus respectivos tintes de transa, al darte como cambio gomas de mascar, caramelos o colaciones, que también eran formas engañosas de quedarse con ciertas ganancias, pero de perdida te salías del negocio con un dulce sabor de boca.

Si esos mini súper quieren en realidad recaudar para fines particulares algunos dividendos a favor, no nos quieran ver la cara con el embuste de ser una organización filantrópica, pues no todos estamos tan tontitos, de continuar con tales argucias uno puede llegar a pensar que las siglas de aquel Acuerdo Comercial que se firmó con nuestro país un 17 de diciembre de 1992 y entró en vigencia a partir del 1º de enero de 1994, ahora con tanto engatusamiento significan Transas Libres Comerciales.

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