miércoles, 23 de noviembre de 2011

Me hacen los mandados

Un sitio que gracias a nuestra costumbre no ha pasado a formar parte de la mitología urbana como en las grandes metrópolis de algunos países son los mercados; aquí todavía es común ver a las abnegadas amas de casa con sus bolsas de tejido o carritos ir por el mandado.

Es un deleite entrar al mercado y observar en algunos pilares de las puertas a las trenzudas morenazas ataviadas con sus fosforescentes vestidos sentadas sobre las rodillas ofertando productos naturales traídos de los huertos de la ranchería donde residen; en el interior la combinación de olores es todo un lujo para el olfato. Se pueden escuchar piropos y chiflidos de los peludos carniceros a las bien torneadas chachas que les coquetean por un trozo de carne de calidad para el patrón.

Las risas, guasas y burlas, así como los chismes entre los locatarios se combinan con los berridos que lanza el voceador para dar a conocer la espeluznante noticia de la sección de policiacas que vende mientras avanza entre los puestos; las verduleras no pueden faltar con su clásico ¡pásele marchantita! Seguido por el regateo, y los reclamos del pilón que las señoras exigen, dando un toque de originalidad y calor humano que son tan característicos de ese lugar.

Dista mucha diferencia del “súper” o las “marketas” como dicen mis primos pochos al referirse a las grandes cadenas de supermercados; donde existe un clima artificial y las supuestas ofertas ya están hechas, reduciendo la capacidad de elección a los gustos del gerente, que muchas de las veces ponen a bajos precios productos a punto de caducar. Ahí, además de la lista de la despensa, gracias a sus desgraciadas estrategias de marketing, te hacen comprar cosas que ni llegarás a necesitar.

El personal que te atiende cumplen con su labor como si estuvieran obligados a hacerlo, es decir, denotan un desgano de la tiznada; al pagar quien está en la caja registradora desconfía siempre de la autenticidad de tu dinero, pues rayan los billetes, los exponen a una luz morada o en tu plena jeta lo alzan para encontrarle un detalle a contra luz que denote su falsedad, ya sé que uno no es galán de la pantalla, pero falsificador, la verdad se pasan.

Algunos cajeros con mirada de méndigo desgraciado te llegan a observar cuando decides no participar en el pinche redondeo; lo que pasa es que uno no quiera apoyar a los discapacitados o a la hambruna infantil, por el contrario estamos conscientes de ello, lo único que sabemos que quienes se pararán el cuello con nuestras donaciones es la tienda en sí e incluso existe la probabilidad de que con tal acción logren evadir un impuesto a cuesta nuestra.

Pese a que en estos establecimientos comerciales existe una forma cómoda de adquirir lo indispensable para surtir la despensa, nunca podrá compararse con el folklore de nuestros mercados, mucho menos esas aberraciones de minisúper que escriben su nombre con falta de ortografía u ortogramaticales que se han multiplicado como conejos en primavera por cada esquina de la ciudad, fomentando la idea en las nuevas generaciones de que las frutas y verduras se cosechan en esos lugares.

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