miércoles, 10 de agosto de 2011

Máscara vs cabellera

“Nació de muy buena pata con el santo por nombre
enmascarado de plata, héroe de carne y hueso”. Botellita de Jerez

En la “Llama doble”, el escritor Octavio Paz, hace el siguiente cuestionamiento, “¿qué hay detrás de la máscara, qué es aquello que anima al personaje?” Refiriéndose a todos aquellos que ocultan su verdadera identidad detrás de lo que los árabes denominaban máshara, o sea, la careta o antifaz que los griegos utilizaban para apropiarse del personaje que interpretaban en las obras teatrales.

En lo que va de mi corta vida he conocido muchos enmascarados, unos de carne y hueso, otros ficticios, con o sin máscara; de todos ellos sobresale el Santo, a quien las masas le apodaban “El Enmascarado de Plata”, imagino por el color de la tela con que confeccionaba su capucha.

A este singular personaje lo conocí no como luchador del cuadrilátero, es decir, lejos de la Arena Coliseo, sino como audaz agente encubierto de la Interpol, rifándosela como ñero al enfrentar a diabólicas Momias de Guanajuato, descifrando los enigmas de la desaparecida Atlántida, resolviendo el misterio de la Llorona, combatiendo a caderonas y tetonas hembras que iban desde mujeres lobas, vampiras y hasta extraterrestres.

Muchas de las veces en sus peleas contra los monstros, durante la madrina que éste les propinaba se podía observar el zíper del abominable hombre de las nieves o la criatura del Pantano Negro; y eso que veía sus aventuras a través de la pantalla chica por el programa que todos los fines de semana a finales de la década de los setentas transmitía el Canal 2 de Televisa, llamado “Sábados del Santo”.

Hubo una película que me inquietó mucho, cuando mi héroe favorito se vuelve un despiadado villano el que es enfrentado para evitar que cometa más fechorías por otro gladiador del encordado, su compadre de aventuras, el Médico Asesino; por cierto el cromo de este luchador fue el único que me hizo falta para completar mi álbum “Estrellas de la Lucha Libre”, perdiendo la oportunidad de ganarme el kit de béisbol que se exhibía en la tiendita de la esquina. Al final de la trama, resulta que quien se ocultaba tras la máscara era Enrique Llanes, y no el ídolo del ring, ¡híjole, nadie se lo esperaba!

En su combate contra el mal, algunas ocasiones recibió ayuda de otros cuates del cuadrilátero, como el manotas de Blue Demon o el torpe de Mantequilla Nápoles que en cierta escena, mientras el Santo sudaba para mover enormes rocas, el pugilista sin ningún esfuerzo las hace al lado, como si fueran de hule espuma, olvidándose de la magia del séptimo arte; pero la mancuerna más kitsch de este género cinematográfico fue la que hizo al lado de Capulina; años más adelante otro luchador, Tinieblas, haría lo mismo con el llamado rey del humorismo blanco.

Era tanta la devoción de mi parte hacia el Enmascarado de Plata, que cada año esperaba ansioso la llegada de la feria para completar la colección de luchadores de juguete; descubriendo con el uso que al despintarse todos eran la misma figura, lo único que variaba era el color de la pintura que designaba la identidad del personaje, pudiendo ser tal vez, esta la respuesta a la interrogante que cito párrafos arriba de Don Octavio Paz.

Cuando el periódico de color sepia dedicado al deporte publicó la identidad del Santo, por simple morbo lo compré, más después de cerciorarme llegué a la conclusión de que no se trataba del paladín de la justicia que conocí por la televisión o aquella tarde en casa de los dueños de la Plaza de Toros Almoloyan, cuando al verme pegado a los barrotes del cancel de la puerta me invitó a entrar y estrechó mi mano, mientras le daba sorbos al vaso de tuba que le ofrecí. Con esta justificación preferí quedarme con la imagen del aventurero, pues el señor de la fotografía tenía cara de abnegado padre de familia, héroe de su hogar, defensor de su esposa e hijos.

Hoy todo mundo sabe que el Santo por iniciativa propia se despojó de su máscara para anunciar su retiro, mientras que a mí la madre naturaleza poco a poco me ha ido quitando la cabellera en el ring de la vida, y para mi retiro faltan como quince años; pero gracias a la imaginación y a la ayuda de los reproductores de DVD, puedo verlo aun montarse en el convertible plateado al lado de la exuberante rubia de minifalda a go-go para ir en busca de algún eslabón perdido. Por otro lado, experimento cierta vergüenza, porque en un país como México, donde el idioma básico es el inglés, nuestra niñez aprecie más la aburrida exhibición de metrosexuales de la World Wrestling Entertainment, en lugar del deleite sobre el encordado ofrecido por los barrigones luchadores nacionales.

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