miércoles, 8 de junio de 2011

Son tan sólo palabritas

“Más de cien palabras, más de cien motivos
para no cortarse de un tajo las venas,
más de cien mentiras que valen la pena”. Joaquín Sabina

Resulta curioso que al aparecer una palabra nueva en el diccionario del dominio público, todo mundo lo hace un término coloquial, volviéndose unos expertos sobre el mismo; entonces se apropian de él, con el propósito de ganar un espacio en el escaparate nacional, realizan estudios, ensayos, tesis o tratados con tal de no aparentar ignorancia o mantenerse a la vanguardia.

Lo mismo acontece con la prensa, varios periodistas con tal de atraer la atención del lector, utilizan conceptos que muchas veces no se aplican al cien por ciento al adjetivo que se lo atribuyen, pero de tanto uso se vuelve una definición correcta, por ejemplo, antes llamar divos a los cantantes como Juan Gabriel y Raphael, era incorrecto, pues según eso, de acuerdo a la música clásica tal término era exclusivo del género femenino, pues se conoce como diva a la cantante de renombre que se caracteriza por tener una voz excepcional, además en latín e italiano, diva significa “divina”, siendo la forma femenina del vocablo latín divas.

Hoy “divo” ya existe, de acuerdo a la Real Academia de la Lengua Española, se utiliza para referirse al artista del mundo del espectáculo o cantante de ópera que disfruta de fama y prestigio superlativo; entonces Juanga y Raphael pueden estar tranquilos, ya que con este adjetivo no se corre el riesgo de ser confundido con gay. Por cierto este calificativo importado del inglés también se lo debemos a los medios de difusión, porque consideraban a la palabra homosexual con ciertas connotaciones negativas, debido a que durante varias décadas se pensaba que los homosexuales padecían de sus facultades mentales; lo cual me recuerda que en los setentas la revista cultural llamada “Alarma!”, para no verse groseros les ponían el mote de “mujercitos”, o sea, además de inmiscuir en su agresión a las féminas seguían siendo peyorativos con esta preferencia sexual; a razón de lo anterior tales palabras fueron acuñadas al léxico nacional.

A principios del año en nuestro país surgió el concepto de “Ninis” para hacer alusión a las nuevas generaciones de jóvenes que por la frustración y el consentimiento de sus padres ni estudian ni trabajan; antes de acuerdo a mi abuela materna se les llamaba “huevones” -y no es precisamente una nueva marca de blanquillos, es decir, “Huevo-Ness”-, según mi mamá a esa clase de individuos los considera como flojos, vagos o haraganes; a partir de ahí todo personaje que se las da de culto e importante, empezó a hacer disertaciones, conferencias y artículos donde manifestaban su preocupación por la “nueva” problemática que México enfrentaba, ¡por favor, como si nunca hubieran existido!

De igual forma ahora nuestros intelectuales y políticos externan su inquietud por un “nuevo” fenómeno social, tan antiguo que antes era conocido como llevadera, carrilla, mofa, lata, chinga y que por ahí alguien le llamo en inglés “bullyng”, logrando atraer más la atención por lo rimbombante que se escucha o lee; quien no recuerda al bravucón que se sentía dueño del aula y muchas veces llegó a cobrar peaje o el grupo de compañeros escolares que siempre buscaban a su pendejito para hacerle infinidad de bromas, desde verbales hasta físicas; además tal problemática no es exclusiva de las aulas como muchos la circunscriben, pues en el seno familiar es común que el hijo mayor o menor –dependiendo de lo mimado que se tenga-, le haga la vida imposible a sus hermanos y los papás con tal de no contradecir al consentido chamaco optan por mantenerse al margen de ello.

Como se podrán dar cuenta las dos problemáticas anteriores tiene ya sus añitos, sólo que a nadie se le había ocurrido llamarles de forma rara para que los personajes que escriben la historia las tomaran en cuenta y las compilaran al cúmulo de dificultades que tenemos. Entonces si nos queremos ver como eminentes sociólogos, sólo hay que echar una revisada a las situaciones problemáticas que hemos vivido, llamarlas con eufemismo o buscar algún sinónimo rimbombante; lo anterior me recuerda una canción de Cri-Crí, sobre el chinito que se defendía ante el mandarín diciendo “yantse amo ova tingi chan chong chong”, que para ser honesto nunca supe qué significaba, pero para escucharme internacional a la edad de seis años lo repetía ante personas desconocidas, las cuales extrañadas volteaban a verme como fenómeno de circo.

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