miércoles, 1 de junio de 2011

Fiestas fúnebres

“Cuando me muera y me tengan que enterrar
quiero que sea con dulces y no con piedras”.Caifanes

Es común en nuestro país festejar todo lo que nos acontece en la vida, nacimiento, cumpleaños y hasta defunción. ¡Si, leyó bien! A poco no es cierto que durante el velorio o la noche de vigilia de los dolientes al difunto, es común que se ofrezcan bebidas de todo tipo desde el clásico cafecito hasta las embriagantes, es más, algunas funerarias en su afán por ofrecer un mejor servicio se modernizan transformando la capilla de velación en restaurante, donde se ofrece un variado menú que incluye cena y desayuno en dos categorías clasemedieros y jodidos; sólo falta que ofrezcan atención de Internet inalámbrica para que los dolientes reciban las condolencias vía Twitter o Facebook y televisión por cable, ya imagino a todo mundo valiéndoles un comino el difunto, chateando, consultando su correo electrónico u observando el pack Premium de películas eróticas que cierto canal privado ofrece por las madrugadas.

En nuestro país los funerales adquieren un ambiente de guateque, donde acuden a acompañar al muertito familiares de primer grado, de segundo y personas conocidas, así como algunas que otras desconocidas a las que el compositor y cantante Chava Flores denomina como “gorrones” o como les decimos por acá, coleros, es sabido por ustedes tal especie en México representan una mayoría, pues sobran personas que consideran el faltar a una celebración como algo imperdonable, y si de una defunción se trata pues con más razón “hay que acompañar al doliente”.

Dentro de tal categoría hacen acto de presencia uno que otro teporochito, haciendo de la madrugada un espectáculo con sus torpezas, queriendo conquistarse a la viuda, esparciendo su vómito como regadera de jardín por todas partes o armonizando la velada con sus ronquidos; tampoco puede faltar el gracioso que se la pasa contando su repertorio de chistes que van de los blancos o inocentones hasta los morbosos de doble sentido, según él con la sana intención de hacerles pasar un rato más ameno.

Ridículo se observa el tipo que va a ligar como si estuviera cual domingo en el parque Céfira, pues es común apreciarlo agasajándose de forma morbosa al abrazar a las hermanas, cuñadas o esposa del fallecido. De igual manera se dan cita por ahí los que no paran de hablar maravillas del occiso, el que llora su ausencia, y el que se alegra de que se haya ido, asegurándose de que esté bien muerto.

Otro punto en el que se asemeja a un festejo el acto luctuoso, es la táctica de llevar coronas y arreglos florales, esto no significa que sea incorrecto el solidarizarse de esa forma, lo que percibo ridículo es la jodida presunción de buscar los más grandes en el mercado y colocarle una cinta con el nombre de quien la envía, denotando así su egocentrismo, pues con ello, da la impresión de que se pretende quedar bien con los vivos y no con el difunto, digo el finado lo más seguro es que ni se entere, pero eso si, somos capaces de llegar al jardín funeral contoneándonos como pavo real, orgullosos de llevar el arreglo floral más caro a sabiendas de que se deja la clara evidencia de que será visto por todos.

Pasado el sepelio, se pone en evidencia el popular adagio que dice “el muerto al pozo y el vivo al gozo”, pues poco a poco todo vuelve a la normalidad, concluido el novenario luctuoso, los familiares organizan un festín donde ofrecen a quienes los acompañaron un elegante menú dietético en los que figuran suculentos platillos como el irresistible pozole, los exquisitos sopitos, los calientitos tamales y atole; conforme transcurren los días cada quien retoma su vida normal, con la salvedad de que esta vez la viuda sabrá con certeza el lugar exacto donde se encuentra su marido.

Por otra parte, este año, expertos señalan con la autoridad que les da su investidura que ha muerto gente que en otros años no había fallecido, lo que sin duda ha sido un negociazo para las compañías funerarias y florerías.

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