miércoles, 7 de octubre de 2009

El nefasto turismo académico

Un compañero de trabajo, en cierta ocasión me preguntaba porqué nunca asisto a los foros o coloquios nacionales relacionados con nuestra profesión, tratando de ser honesto en la respuesta, lo primero que argumenté es que no me gusta viajar en autobús, pues casi la mayoría de estos eventos los organizan en sitios geográficamente lejanos, lo que implica pasar hasta más de doce horas sentado durante el viaje y por ende es incómodo, como consecuencia existe la posibilidad que a raíz de estar en esa posición se olvide el organismo durante varios días de que existe un aposento dotado de instalaciones necesarias para evacuar el vientre. Es común que durante el trayecto del transporte las ganas de orinar le recuerden a tu cerebro que tiene piernas.

Si a ello le sumamos el acompañante que comparte el asiento, pues a veces te tocan camaradas con halitosis, de esos que se antoja ofrecerles mentas o ya de plano escuchar sus charlas de perfil, igual el que se tira una flatulencia y de forma cínica se hace el disimulado comentando que alguien dejó la puerta del sanitario del autotransporte abierta y están empezando a llegar los olores; escuchar el sofisticado y selecto repertorio musical del chofer o tener que ver de forma obligada las películas de su personal gusto; por el simple hecho de no aparentar un ser antisocial hay que sumarse forzosamente y sin entender de qué tratan los chascarrillos de aquellos que se sienten comediantes de pacotilla e intentan hacer el viaje más ameno con sus pedanterías y bromas acuesta de los pasajeros más inocentones.

Otra situación engorrosa es el hospedaje en los hoteles, muchas de las veces los mejores ya han sido reservados para las grandes personalidades y su séquito de sicofantes, que por supuesto se trasladaron en avión por lo “apretado” de su agenda; entonces a uno humildemente le dejan esos moteles de menos cinco estrellas, donde muchas parejas acuden a intercambiar el sudor por el simple hecho de darle gusto al cuerpo; la situación se pone más desesperante cuando la habitación la tendrás que compartir con alguien que transpire horrible, le suden los pies o te ofrezca un recital nocturno con sus resuellos cuando duerme.

La hora del registro del evento, se vuelve un suplicio, primero porque no te encuentran en las listas de inscripción, segundo porque no alcanzaste material donde se incluye el itinerario, que por cierto es rara la vez que concuerda con el desarrollo del programa. Sobran los ridículos que por darse aire de grandeza o aparentar importancia se ponen traje durante todos los días de estancia, valiéndoles un cacahuate que éste apeste a humedad o a naftalina, y tengas que soportar el aroma durante las sesiones. De la misma forma no falta la gran personalidad del honorable presidium que al momento del discurso inaugural se eche un sueñito, como premonición del ambiente que imperará durante toda la jornada.

Igual no voy a tales reuniones para evitar incurrir en la tentación de algunos, como lo es contribuir con el turismo, en lugar de asistir al programa académico, colectando fotografías para después subirlas al metroFLOG o colocarlas de imágenes en la sesión de Messenger para que todos mis conocidos puedan observar los paradisíacos sitios por los que estuve, ponerme una borrachera de esas que causan afición, que me invada la nostalgia por mi pareja y llorar amargamente con los compañeros su ausencia; ser partícipe de la vida noctívaga del lugar acudiendo a los centros nocturnos donde hay muchas chicas con disfraces de Eva y caudales de licor.

Además te quemas el cerebro, argumentado y justificando una ponencia para asistir y a última instancia te avisan los organizadores que ha sido aprobada pero como cartel, ¿óigame de qué se trata? Es como si participaras en el programa “En Familia con Chabelo” y durante la catafixia te sacarás el jodido premio de consolación, y con ojos tristes observarás desfilar la gama de otros de mejor calidad. De la misma forma sucede cuando preparas un taller con un proyecto de intervención en el aula que ya te ha servido en clases, y es tu orgullo, para que sólo asistan tres personas con cara de aburrimiento o de forma incorrecta funcionen los aparatos de apoyo durante la exposición y te hagan quedar patéticamente ante tu pequeño auditorio.

Al finalizar y para colmo, después de que te formaste en la extensa fila donde entregan los reconocimientos, te encuentras con la sorpresa de que tus datos son incorrectos o te salen con la puntada de que posteriormente se los harán llegar al achichincle de tu institución. Si bien te va lo tendrás dentro de un mes; la única cosa que todos alcanzan incluso hasta el chofer del autobús, es la memoria del evento, la cual sólo será revisada una vez o simplemente depositada en donde guardas tu acervo olvidado.

La pieza que conservas del viaje, dependiendo de lo que te hayan dado ya sea un folder o maletín en donde se incluía la información de la memoria, lo utilizas como medio de transporte de los materiales escolares, sencillamente para que todos tus compañeros de trabajo se enteren que fuiste asistente a tan “ínclito” evento académico. Además conozco mucha gente que se ha convertido en expertos en coloquios y foros presentando siempre la misma ponencia, nada más que estructurada de una forma distinta o reciclada; y que me dicen de todos aquellos parásitos que bajo el auspicio de otro más inteligente se adhieren al trabajo de éste, haciendo suyo y aprovechándolo como equipaje para ir a ese viaje. Entonces sobran razones para justificar los motivos por los cuales no me gusta asistir.

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