miércoles, 14 de octubre de 2009

Versionando

Conozco una persona muy peculiar, para este individuo la injusticia, la pobreza y el hambre de la gente le parecen comunes, diría que normales; lo que sí le irrita es observar cómo las actuales generaciones se visten, crítica lo corto de las faldas y lo prolongado del escote de las chicas, el vocabulario soez y prosaico de los jóvenes; casi todos sus actos los respalda en la religión que profesa, por obvias razones no voy a decir cual, pues como dice Edward Bloom, el personaje de la novela “Big Fish: A Novel of Mythic Proportions” del escritor estadounidense Daniel Wallece, y que magistralmente fue llevada al celuloide por Tim Burton, “cuando se habla de política, religión y deportes más de alguno sale ofendido”.

Es jefe de una conocida oficina de atención pública, además de ser profesor de horario corrido en una secundaria nocturna, es asesor de un reconocido político los fines de semana y como también es abogado seguido realiza diversos litigios; a veces me pregunto, ¿a qué hora atiende a su hermosa esposa? Digo, como ustedes saben, la tierra es de quien la trabaja, por si no me creen, pregúntenle a Sancho.

Su entrada en la oficina es a las nueve de la mañana, toda su jornada laboral la desempeña de forma óptima, un defecto que tiene es la soberbia, pues recibe sólo a las personas que son más importantes que él, a las demás, pues que las atiendan sus subalternos; cuando requiere de algo de otro departamento de la institución corporativa donde desempeña sus funciones se dirige exclusivamente con los altos mando, no con los empleados, pues de acuerdo a su punto de vista para eso existen los niveles en el trabajo.

Este hombre cierto día llega a su hogar cargando bolsas con abarrotes que compró en un conocido supermercado, exhausto se tira de espaldas al cómodo sofá y con el pañuelo que su mujer cuidadosamente le ha bordado su nombre seca el sudor del cuello, rostro y frente, al aproximarse la esposa para ofrecerle un vaso con agua y hielo le pregunta por un pequeño golpe que deja al descubierto en la frente; con voz segura le dice que se lo hizo al salir de la tienda con un señalamiento metálico que se ubica en el estacionamiento, pues al voltear apresuradamente cuando un descuidado chofer al abandonar su cajón estaba a punto de impactarse con otro coche, y éste raudo hizo señas que evitaron sucediera el percance.

La mujer orgullosa de su marido lo besa y abraza, para enseguida retirarse a hacer sus respectivas labores domésticas; en cuanto la cónyuge dobla hacia la cocina, el tipo de forma apresurada se pone de pie para dirigir sus pasos hacia el espejo del baño; una vez ahí se supervisa de forma detectivesca descubriendo el moretón.

Estando en tales menesteres ingresa al baño su hijo menor, al verlo le hace el mismo cuestionamiento, de forma ufana responde que al abandonar la tienda en el oscuro estacionamiento dos tipos corpulentos y cubiertos con pasamontañas le cerraron el paso dispuestos a asaltarlo o tal vez querían secuestrarlo; haciendo un rápido movimiento de Jiu-Jitsu, al primero lo lanza como a dos metros de distancia, al otro que empuñaba un arma blanca, con una patada de karate lo desarmó; mientras el primero se puso de pie y con furia le arrojó una reja de madera la cual apenas logró esquivar, pero lo alcanzó a rozar en la frente, lo cual no lo descontroló y canalizando su furia le propinó tremendo golpe de Kung Fu que lo dejó inerte, mientras llegaba la seguridad pública para llevárselos presos.

El pequeño con ojos llenos de orgullo da un tremendo salto y se aferra a su cintura diciéndole, “papá, te quiero mucho. ¡Eres lo máximo!”; mientras el tipo feliz le acaricia su cabeza y suspira inspirado en la ternura del chico.

A la hora de la cena su madre que vivía con ellos extrañada la pregunta por la marca sobre la frente, éste decide no responder en ese momento y le sugiere a la señora que más tarde lo hará, la anciana comprende que por estar reunido todos nos es momento óptimo para ello.

Al anochecer antes de acostarse va a la habitación de la mamá y le explica que circulando por la calle de regreso del supermercado un incauto automovilista se le cruzó bruscamente y este haciendo una maniobra de volante con la pericia tan común que posee logra esquivar el impacto, pero al hacerlo se orilla demasiado a la banqueta en el preciso momento en que un peatón esta a punto de cambiar de acera, es en ese instante cuando pisa el freno, y como ella sabe, su coche siempre está en óptimas condiciones gracias a lo puntual que es en las revisiones periódicas; más al enfrenar la inercia hace su cabeza golpear sobre el espejo retrovisor ocasionándole el tremendo moretón.

La octogenaria le acaricia su cara tiernamente y con gesto de preocupación le dice, “mi hijo, siempre tan conciente y cuidadoso, pero me incomoda que con regularidad antepongas a los demás antes que tú”. Esbozando una sonrisa de satisfacción el hombre le dice, “No te preocupes madre, ya ves como soy”.

Esa noche, como de costumbre mirando el televisor sobre la cama junto a su esposa se enteran a través del noticiero nocturno sobre la captura de una de las presuntas asesinas de los mini luchadores, “!éjele que bueno que la agarraron¡ Espero y la encierren a ella y su secuaz varios años tras las rejas”. “Imagina mujer, a cuántos mintió para permanecer en el anonimato con sus fechorías”.

Terminado el programa apaga la luz de su lámpara de buró, para posteriormente dormir como un bebé, y mañana continuará conviviendo con su familia, con usted y conmigo haciéndonos creer que es una persona pulcra y honesta como todas las demás, sólo que su pecado es decir “mentiras piadosas”, que a nadie afecta.

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