miércoles, 11 de marzo de 2009

Visita al médico

Por estas fechas cumplo seis meses de tratamiento médico para atender las averías de mi corazón, y como cada periodo tengo que ir a hacerme muchas pruebas, empezando por la más molesta que son los análisis clínicos, lo cual implica tener que hacerle al fakir ayunando casi ocho horas eso sin contar el tiempo que uno invierte formado en las extensas filas de los laboratorios del IMSS, tomar tu ficha anaranjada neón y esperar hasta que se les antoje recibirnos; después de algunos minutos como ganaderos cuando arrean las reses comienzan a movernos a través de las bocinitas tipo chicharra que penden del techo.

Ahí va uno formado en la ancha fila disfrutando del olor y aliento del personal que la integran, el estomago más vacío que un niño de Biafra además de cargar los recipientes con orina y excremento, en verdad resulta vergonzoso ir con este equipaje, llegar con la auxiliar que sin mirarte a los ojos te entrega unas etiquetas para que se las adhieras a cada una de las muestras que debes colocar juntas sobre un anaquel; y por último pasas a ser pinchado por una aguja para extraer sangre, si bien me va el practicante de analista clínico no romperá ninguna de mis venas, lo cual evitará la aparición del morete tipo succión de chupacabras.

Al día siguiente tengo que ir al departamento de cardiología a hacerme el electrocardiograma, es todo un espectáculo, por ejemplo ver como varias partes del cuerpo comienza a llenarse de cables conectados en cada extremo por ventosas, que dejan huellas semejantes a las que algunas chicas hacen en el clásico ejercicio de sudar por darle gusto al cuerpo. Con tanto cable y el sonido que emite el electrocardiógrafo de pronto tengo un déjà vu, que me hace verme como el Coronel Steve Austin al inicio de la serie televisiva de los años setentas “El Hombre Nuclear”.

Concluida la sesión la recepcionista me entrega impresas las lecturas para pasar a solicitar cita con el cardiólogo, aquí da inicio otro trajín pues al llegar la asistente responsable de otorgarlas te barre con los ojos como una especie de auscultación para clasificarte de acuerdo a su taxonomía a que clase social perteneces, y dependiendo de ello será el trato que recibirás, para serles franco esto simboliza una de las peores pesadillas acerca de lo que sería un servidor público desligado de cualquier fin operativo sensato, la ventaja es que siempre procuro ir ataviado con mis mejores vestimentas y así doy la impresión de ser un acaudalado pobretón.

Gracias a esa argucia la asistente amablemente me otorga la cita lo más próxima y comienzo a preparar una terapia de yoga que apacigüe el sistema nervioso para ver al galeno, muchas veces me hago la interrogante, ¿Por qué nos invade al pánico cuando acudimos a revisión médica? Un conocido dice que tal acción se asemeja a llevar el coche al mecánico, pues siempre esperas lo peor, igual uno se considera saludable, a sabiendas de ignorar ciertos achaques que con remedios caseros se suavizan, obviamente que al decirlos frente un experto en medicina no se descarta la posibilidad de que ese ligero dolor sea una enfermedad terrible o en el peor de los casos incurable.

Cuando empecé con este padecimiento cardiaco, el primer especialista que lo atendió, con cara sonriente expresó que no tomará tan apecho las cosas, que fuera menos aprensivo, y eso que sucedió, pues le puede pasar a cualquiera, que tomara mis precauciones, pero que siguiera llevando una vida normal; además más gente se muere por accidentes de tránsito que por infartos. Las intenciones del médico eran buenas, pues creo que no pretendía asustarme, mi sorpresa fue enorme al enterarme pasado unos meses que había dado de alta a un amigo que también estaba enfermo del corazón, que ya no era necesario consumir medicamentos, estaba curado.

El segundo experto fue más franco, pues aseguro que si las personas como yo no se cuidan pueden morir, pero que con cuidados intensivos y una dieta saludable se pueden disminuir las probabilidades de sufrir un ataque al corazón letal, puso de ejemplo su persona, él también padece de sus válvulas cardiacas desde hace quince años y todavía se conserva en buen estado. Honestamente no pude dar crédito a sus palabras, pues sobre su escritorio estaba un refresco de cola a la mitad, un cenicero con siete u ocho colillas de cigarro, y tenía un sobrepeso que al hablar lo hacia tomar mucho aire sonando como a Darth Vader; con esa facha no tuve otra alternativa que agradecer sus atenciones y salir decepcionado.

El actual especialista responsable de llevar mi caso clínico es un tipo optimista, cada vez que lo visito, lo primero que me dice al verme es “¡Yo no sé porque aún no se ha muerto, mire esa gordura que se carga pobre de su corazón!”, se la pasa en toda la consulta asustándome e infundiendo el miedo mediante consejos aderezados con cierto acento ofensivo para no morir de un infarto.

No sé si es por masoquista o pendejo, pero ese método me ha servido de mucho, una vez que salgo del consultorio me inunda un pánico que se convierte en psicosis, lo cual ha repercutido de forma positiva en mi dieta, pues ya no consumo tantas grasas, he reducido el porcentaje de azúcares, almidones, harinas y sales; camino casi cuarenta minutos diarios, sin respetar los domingos; cada noche fumo la pipa de la paz con mi conciencia además he decidido hacer las pases con Dios por si algún día la muerte decide llevarme, estoy listo para morir, pero sinceramente aún no tengo ganas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola, Marcial. Gracias por seguirme enviando tus publicaciones. La de Hoy estuvo muy divertida y el final muy bien escrito. Que tengas buen dia. Ciao!

Perla