miércoles, 25 de marzo de 2009

De regreso al oscurantismo

En la novela “El nombre de la rosa” del italiano Umberto Eco se describe una fábula detectivesca situada en un monasterio de la Edad Media, en donde los monjes se esmeran por conservar la sabiduría de los libros apartada de los plebeyos y a costa de la vida misma de sus propios compañeros, pues de acuerdo a su óptica éstos aún no están lo suficiente aptos para recibir tal erudición; en pleno siglo veintiuno nos hemos encontrado con personas que se dedican a la insana acción de no dar a conocer la información considerada sustanciosa a los demás, acto que quizás ellos equiparan al incauto robo del fuego a los dioses por parte de Prometeo; con los únicos que se atreven a compartir las novedades, conocimientos y datos que les resultan valiosos es con los que consideran sus camaradas, que también son igual de narcisistas o tal vez un poco peor a ellos.

Esa egoísta cultura de restringir el conocimiento a unos cuantos sólo ve la luz pública si es para beneficio personal, como el obtener un codiciado reconocimiento social, una serie de beneficios económicos o para ascender de puesto laboral; tal clase de gente las podemos encontrar en el interior de un hogar, al igual que en recintos escolares, oficinas de atención pública, y cualquier parte donde confluya la información.

Su actuar pude simplificarse así, te sabes la receta de un platillo exquisito, pues ni madres que dices cómo se hace o cuáles son los ingredientes, eso sí, te regocijas de orgullo cuando alguien exclama lo sabroso que está, igual que tú, lo ha hecho el Coronel Harland Sanders con su pollo a la Kentucky Fried Chicken, el farmacéutico John Pemberton, junto con el empresario Asa Griggs Candler con la fórmula de la gaseosa Coca Cola. Qué decir del compañero de clase que jamás comparte sus apuntes escolares, acaso teme que le destituyan del cuadro de honor otro que es un tipo desaliñado y menos pulcro que él o de una supuesta inferior inteligencia.

Cuando los motivos son mercantiles, se justifica pues hay que ganarle a la competencia, pero cuando te niegas a compartir un conocimiento que te implicó varios meses aprenderlo con una persona que gracias a su capacidad cognitiva lo asimila en una hora; se transforma en envidia, producto de ese fuerte complejo de inferioridad. Entonces para qué existe la escuela, lugar donde se enseñan y aprenden los conocimientos que otros aportaron. ¿Acaso los teóricos que se instruyen en los recintos escolares se encuentran exentos de envidia?

Resulta reprobable el restringir conocimientos, sabiduría e información que podría agilizar el ritmo de vida de una escuela, oficina, negocio o familia sólo por el simple hecho de engrandecer el ego sintiéndose el que sabe más que los demás; qué pasaría si Louis Pasteur no hubiera hecho público su descubrimiento sobre la "pasteurización", infinidad de productos alimenticios no tendrían la garantía de su conservación, igual si Thomas Alva Edison se habría reservado para sí mismo el perfeccionamiento de la lámpara incandescente estaríamos en penumbras, bueno algunos lo estamos, pero es por esa jodida costumbre tipo Opus Dei de negar la sabiduría a quienes se consideran faltos de intelecto, maduración o agilidad mental.

Ocultar el conocimiento por el simple estatus de pretender saber más que los otros, es una barbarie, resulta penoso que existan personas celosas, egoístas y con aires de que el tener dominio sobre la información, los hiciera destacar de los otros, a veces en ese patético despotismo termina siendo el bibliotecario de su propia persona y nadie le otorga mérito, es decir, es y será siempre el gato del sistema o de otro que lo aprovecha para beneficio particular.

La raíz de esta situación tal vez tenga su origen en la sensibilización, ¿existe alguien que eduque en la cultura del compartir? Creo que sólo entre parientes muy cercanos, pues en sí, casi todos estamos inmersos en la cultura de la competitividad, desde pequeños nos inculcaron que siempre hay que ser mejores que otros, y por supuesto que para ser mejor que otros jamás les debemos de confiar nuestros secretos que nos hacen “socialmente mejores”, ¿acaso un mago descubre sus trucos después de cada acto? Que yo recuerde únicamente Beto el boticario y gracias a tal actitud ha sido muchas veces sancionado por el sindicato de magos.

Por lógica si uno sabe algo que podría beneficiar al prójimo, resulta necesario compartirlo, razón por la cual la cultura y los conocimientos deben de estar libres de prejuicios egoístas, pero como lo señala Carlos Ruiz Zafón en su libro “La sombra del viento”, “en la vida lo único que sienta cátedra es el prejuicio”; gracias a esas razones proliferan tantos expertos que se jactan de dominar diversas ramas del conocimiento a pesar de ser auténticos analfabetos pasivos que siguen fomentando la semilla de su ignorancia.

También es común emplear las tácticas de la filosofía del miedo, que consiste en manipular la ignorancia a favor, asustando con mitos a quienes se pretenden acercar al conocimiento, a la abuela siempre le aconsejaban sus padres que para leer la Biblia antes tenía que rezar un rosario para que se le iluminara la razón, ¡no pues mientras desempeñaba esta santa acción lo más común es que se le quitarían las ganas de adentrarse en la lectura! Tal ejemplo Hegel lo clasificaría como una reacción clásica del temor servil del siervo hacia su amo. Pero este mismo filósofo alemán asegura que de ese miedo puede suscitarse la rebelión que fomenta la revolución con propósitos de sustituir al amo por el esclavo.

El meollo del asunto de negar el saber radica entonces en que si la persona adquiere ciertos conocimientos surgirán diversas inquietudes que pondrán de manifiesto dudas sobre la verdadera capacidad y por ende la credibilidad de los que supuestamente se autonombran letrados; de ahí el deshonesto pretexto de argumentar que algunas lecturas son muy pesadas y difíciles de entender para equis edad.

Considero que para aprender en esta vida no es necesario llegar a cierta edad, pues uno puede disfrutar de la información y trasformarla en conocimiento en cualquier etapa de la vida; psicólogos norteamericanos recomiendan a los padres y madres de familia comentar las noticias, hechos y sucesos que se están manifestando en el mundo, para concientizarlos que su entorno no se limita al hogar y escuela.

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