miércoles, 18 de febrero de 2009

Hartos de estar hartos

Seguido me hago la interrogante, ¿Por qué no podemos prosperar como seres humanos? Y no me refiero a la prosperidad de, ¡Órale qué bien vive! Hago alusión a la prosperidad de vivir tranquilos como individuos, lo que significa no entorpecer el desarrollo de los demás, no estorbar en el crecimiento o maduración de otros a cuestas de vivir en óptimas condiciones y fingir inconsciencia de algunas malas costumbres o hábitos.

Retomo esta idea gracias a la desagradable experiencia que he tenido con algunos semejantes que no quisiera así catalogarlos por lo pésimo de su comportamiento y en lo más mínimo deseo parecerme a ellos; además hablo con la experiencia que me ha brindado el fracaso en las pulcras relaciones humanas.

Es egoísmo cuando el transporte público va lleno y ningún hombre les cede el asiento a las mujeres, absolutamente todos los del género masculino nos hacemos los occisos con la necia justificación de que si quieren igualdad de derechos pues que se aguanten, chance y a lo mejor se les ponen más macizas las pantorrillas.

Nos quejamos de que Julio Preciado cambio palabras y tono de nuestro himno, ¿Acaso alguno de nosotros lo sabemos a la perfección? ¿Por qué ninguno de los organizadores tuvo el valor suficiente para quitarle el micrófono en ese momento y apoyarle? Igual sucede con la selección de fútbol nacional, cuando pierden los atrofiamos deportivamente, nos apenan, ¿Y cuando ganan? Ahora sí, hasta la boca ensanchamos diciendo, “ganamos”, vamos como energúmenos a ponernos una borrachera de esas que causa afición ante cualquier efigie autóctona, alegando que somos mexicanos.

Nunca falta el empleado que se cree gran conocedor de la operatividad de un centro laboral razones por las cuales en repetidas ocasiones hasta de forma ufana denota actitudes de patrón, es prepotente, gandalla y ruin; llega a sentirse emperador pues piensa que sus compañeros de trabajo son sus lacayos; ¿Acaso uno tiene la culpa de su méndigo complejo de inferioridad? En realidad los demás obreros tienen que pagar esa jodida necesidad que siente de ser reconocido por los altos mandos, lo más triste es que lo dejan ser o no se dan cuenta de su comportamiento, y como ustedes saben la culpa no es del indio; los hay desde una eficiente secretaria que responde los correos electrónicos de su director hasta el incondicional asesor lambiscón del jefe.

En la docencia se manifiestan actitudes tan miserables como el anunciar con bombos y platillos que todos los alumnos ya están reprobados desde la primera sesión; no presentarse a trabajar el primer día de labor escolar justificando que nadie le ha proporcionado el horario; elaborar antologías de estudio en contubernio con chafas casas editoriales y obligar a sus discípulos a comprarlas para generar ingresos propios aludiendo que el misero salario de su profesión no le es suficiente; acaso no son estos los mismos profesores que cursan cada año diplomados becados por la escuela, son asiduos a los cursos de capacitación pero es una pena que en el ejercicio de su práctica dejen mucho que desear.

Consideramos una pendejada que en los centros comerciales existan más estacionamientos para personas con discapacidad que para los que se creen seres ordinarios, pero aún es más pendejo estacionarte en esos lugares valiéndote un cacahuate invadiendo el espacio que para otro podría ser vital.

Qué tal esa persona que opina sobre cualquier tema a expensas de ignorar sobre el mismo, pero éste se empeña en aparentar erudición; se agradece cuando alguien admite no saber sobre algo, eso dice mucho de su sinceridad, la verdad es que si no sabes y eres honesto en reconocerlo no molestas a diferencia del estúpido que opina sin saber, ese si es inaguantable.

El caso de bestia al volante merece mención honorífica, no existe distinción de género, en ambos es común este tipo de embrutecimiento; es fácil distinguirlos van en sus coches sintiéndose los dueños de las calles, poseen vasta experiencia en la conducción, pues sin dificultad contestan llamadas al celular, observan con detenimiento la panorámica urbana y manejan a alta velocidad escuchando música a todo volumen. Al maniobrar toman sus respectivas precauciones de no impactarse con otro vehículo así como ganarle al semáforo cuando la luz sigue en amarillo; para ellos los peatones no existen, qué se van a tomar la molestia en fijarse si un transeúnte va a cambiar de banqueta en una esquina, primero pasan ellos y el pobre infeliz que va caminando que se joda o lo jode embarrándolo en su parachoques.

Después de este recuento uno se pregunta, ¿Quiénes son las madres de estas personas que les inculcaron esas deleznables actitudes? ¿Cuál es la pinche religión que profesan? Es que este tipo de cualidades son una anomalía de la sociedad que se multiplican a diario, y a la larga se vuelve intolerable, como mi padre solía decir “tanto va el cántaro al agua hasta que se rompe”.

Espero no haber pecado de fatalista, pero ya basta de ser condescendiente, amigo lector si piensa que estoy aludiendo a alguien que conoce, rompa esos prejuicios sociales de la tolerancia y exprese su sentir a esa ingrata persona, recuerde que existe gente que de lo bien que vive no se ha dado cuenta lo mal que está; y si no hablamos para señalárselo lo va a seguir haciendo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Conozco mucha gente en mi lugar de trabajo, hiciste una radiografía de la ciudad de cualquier parte del mundo, pues donde quiera se cuecen habas. Con mucho cariño. Adriana