jueves, 18 de mayo de 2023

Tratado de impaciencia



Nuestra ciudad es amada y odiada a la vez, cada aborigen vive una relación tóxica tipo Pimpinela, y es que con la tiznada prisa que factura el ritmo de la vida de los colimotes, paulatinamente vamos perdiendo la paciencia, lo pior llega cuando en nuestra inocente idea de querer suavizar todo lo que nos rodea con tal de evitar generar ese estrés de la patada, pos nos volvemos violentos, tremebundos e insoportables pa’ los demás. Siendo honesto, sin dejar de mentir, existen situaciones que nos… la Netflix, no debo escribir improperios, pero de que las hay, las hay.

De entrada, quienes viajamos en el democrático transporte colectivo urbano (acá entre la raza, conocidos como camiones), así nos esté llevando el Chamuco de la prisa o no, ahí seguimos parados en plena caricia del Astro Rey, transpirando hasta que nos chilla la ardilla, por más que estiramos el buche cual jirafa, ni un ápice de ese vehículo en forma de barra de pan Bimbo integral se visualiza, algunos pasan hasta el tope y con pasajeros de papalote, mientras los números del reloj inteligente, comprado en ese remate de aquella tienda departamental en abonos, machacan la ansiedad.

Para que ya no seas la guasa del Dios Cronos, aflojas la cartera de fierro un poco y tomas un taxi, que, en el primer semáforo en rojo, después de chutarte el repertorio completito de Peso Pluma, el chofer hypeado con las letras de los corridos tumbados, le suena el claxon repetidas veces al que está delante de todos, sí, ese que se le ocurre observar el WhatsApp por horas y cuando cambia a verde, continúa clavado, mientras el conductor del taxi grita: “¡Quítate imbécil! Si no voy a sacar la fusca”. Híjole, aquí la impaciencia se ahoga en un alarido interno.

En la hora del lunch, si ya te ganaron la mesa de la oficina, esos compañeros que se llevan su hora y media debatiendo las artes domésticas o las inverosímiles proezas de sus retoños, tienes que lanzarte raudo a la cafetería o estanquillo, que lo más probable es que ya este repleto de otros Godínez como Tucanes de Tinajas, y no falta esa ñora que no se decide en lo que desayunará… “Hummm… un pachuco, no, mejor unas quesadillas con queso, ¿sabe qué? ¡Creo que están más ricas las flautas de pollo!” ¡¿Queeeeeé, ya no por favor? René Descartes, ayúdale, porque no sabe lo que hace, recuérdale que primero se piensa y luego se come! De a pilón las que atienden el negocio, están en la guáguara, y ni pelan a la doña, mucho menos a ti, mientras tu intestino gordo se devora al chico del hambre que te cargas.

¡No manches! Esto me recuerda la estancia en ese lugar de ofertas, promociones y novedades en donde abundan tantas cosas que casi nunca ocupamos, los supermercados, que, con 20 cajas disponibles para cobrar, únicamente 3 están en funcionamiento, de las cuales 2 son para personas discapacitadas, de la tercera edad y embarazadas, entonces en la única disponible te toparas con una laaaarga fila de carritos repletos, y tú que nada más fuiste por unos bolillos pa’ cenar. Esto es una pequeña muestra de las posibles causas de que nuestros niveles de paciencia terminen por agotarse, y si has sobrevivido a esto, créeme que estas listo para el fin del mundo.

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