jueves, 23 de febrero de 2023

50¢, entre la marginación y el racismo social.



Existe en nuestro país un racismo tan arraigado y cruel como ese de regatearle a los vendedores artesanos callejeros sus productos – ¡oye, ya ni la amuelan, los agarran todos asoleados y cansados de su carga, pues así ni modo de que no jalen! -, exigirles a las empleadas del hogar que además de barrer y trapear la casa, que les laven y planchen por el mismo pago, ¡hágame usté el favor! Pues ahora resulta que hasta las monedas son víctimas de esta lamentable discriminación, tal es el caso de nuestra monedita de 50¢ que lleva con nosotros desde aquel 6 de agosto del 2009, ni estorba al bolsillo, pues cuando mucho pesa 3.103 gramos, mide 17 mm, y lo más importante, cuenta con un valor de intercambio, es decir, si vas a depositar al banco $1000.00, pero nada más tienes $999.50, eso será lo depositado y no mil pesitos como te imaginabas, recuerda que ellos no le entran al redondeo.

Es tanta la segregación de estos centavos que los conductores de camiones urbanos cuando les he pagado con ellos mi pasaje, una vez que los reciben las han tirado por la ventanilla o por la puerta de ingreso a la unidad mientras se arrancan, los limosneros también les hacen el feo, es más, cierto día en una de las cafeterías “de acá”, el personal que atiende, contaba las propinas y mientras lo hacían noté que separaban a las de 50 centavos. Primero pensé que era para darles un orden, pero mi sorpresa fue cuando las echaron al bote de los desperdicios, ¡weee, las podían haber cambiado en la caja para el vuelto! Pero no, era más fácil apartarlas de su vista.

Meses más tarde comprendí tal actitud de las dependientas, a través del empleado de una conocida carnicería que se ubica por la calle Balbino Dávalos en donde los fines de semana ofrecen el servicio gratuito de asar la carne, fue al momento de recogerla en el que me doy cuenta de que para la propina solo tengo una moneda de la multicitada denominación y, que, al no tener más, pos la deposito en una especie de recipiente que a pulso alguien le escribió “propinas”, agradezco al personal y me retiro. A los 15 días, cuando regreso, una vez que recibo la carne, el mismo empleado con tono molesto me indica que a él la empresa le paga por brindar sus servicios a la clientela, por lo tanto, no es necesario que le deje ninguna propina, y menos cuando le doy 50 centavos, que, para él, es una forma de sobrevalorar su desempeño, que se le hace una total falta de respecto a su actividad que con gusto ofrece, ¿entonces, para qué pides propina?

Ahora comprendo la razón por la cual son rechazados los 50 centavos, pues las veces que al trabajador de la carnicería le dejaba monedas de 10 o de a 5, es más, hasta de un peso, ni chistó, entonces es el condenado prejuicio, que a la moneda del “Anillo de la Aceptación de la Piedra del Sol” muchos le tienen, y al parecer es la única, pues la de 10 centavos es amada tanto por abarroteros, algunas casetas de peaje y los supermercados, que prefieren quedárselas redondeado la cifra a su favor que dártelas de cambio.

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