jueves, 8 de diciembre de 2022

Santa Clos is coming to Town

Ya está la pista de hielo en esa conocidísima plaza donde se reúne la familia colimense, en su interior se escucha el barullo de la chamacada; algunos preguntan, ¿y si hacemos un muñeco?

Como si se tratara de esa obra de Dickens, un inadvertido pordiosero con su ropa anacrónica y marchita, los observa, para él como para muchos, considera a las navidades como la mejor época del año, pues con el aguinaldo la gente se vuelve más dadivosa, pero lo que más le encanta es la veneración que los infantes hacen a ese influencer barbado y pasado de peso, con mejillas rojas cual dulce de membrillo, ataviado con los colores de la Coca-Cola, pues en su mocedad este individuo llegó a representarlo para cierta campaña de una tienda de calzado.


¡Qué tiempos aquellos! Cuando sentado sobre el calor del cofre del Ford Fairmont 1980 -que por cierto terminó en un lote de coches usados-, el chiquillerío salía cual estampida al escuchar ese promocional que hoy vuelve a resonar en su amueblada cabeza a través de la miope memoria: “¡Que el espíritu de la Navidad llene de paz, amor y alegría a la gran familia colimense, son los deseos de…!”, mientras niñas, niños y hasta alguno que otro adulto lo siguen como si se tratase del flautista de Hamelín, algunos por los caramelos que les arroja, otros por el simple hecho de toparse con tal celebridad, recuerdos que lo hacen experimentar orgullo y vanidad, pues durante más de un mes -ya que la promoción de la zapatería concluía el 6 de enero- en la década de los 80 se volvía la persona más importante, lo único que le agüitaba era que a veces algunos progenitores lo utilizaban como especie de arma con la que amenazaban a sus pequeños cuando hacían berrinches o se portaban del nabo, asegurándoles que de continuar así, Santa no les traería regalos, ¡no’mbre, sí él era rete buena gente!

Todavía resuenan en su cabeza los gritos de la chiquillada haciéndole sus peticiones: “tráeme un Madelman”, “yo quiero nada más el Horno Mágico Lilí Ledy”, corriendo tras del coche, hasta emparejársele y despedirlo con un sincero movimiento de manos; es más, ha llegado a extrañar cuando pasaba por su barrio y los cuates le echaban guasa, demostrando aquella cita bíblica de Lucas 4:24: “De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra”.

Hoy, cuando pasa por el jardín de su colonia, suele sentarse en la fría, húmeda y sola banca que ya nadie comparte, y cuando se encuentra a sus amigos de la infancia, que fingen no conocerlo, los observa desencantados de ser médicos, ingenieros y abogados; la novia que nunca aceptó intimidar, argumentando aquel fragmento de la canción “para amarnos mucho nos sobra tiempo”, que cantaban Tatiana y Johnny Lozada, ahora que ella tiene 6 hijos, legado de 2 divorcios, es tanta su fe en el amor que continua poniendo a San Antonio de cabeza.

Mientras en el centro comercial suena Santa Claus is coming to town, en la voz de Michael Bublé, el pordiosero se retira incómodo de que ya no la cante Sinatra, pero satisfecho de que con las monedas colectadas podrá comprar su cena de esa noche en aquellas tiendas de conveniencia que pululan por acá, y compartirlo con el roñoso perro que por las noches le acompaña.

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