viernes, 25 de diciembre de 2020

Confinando por costumbre o fatalismo.


Hace varios días escribí sobre las ansiadas vacaciones. Hoy a cuatro días de vivir en la hueva total, tristemente me doy cuenta de que estar de ocioso en el confinamiento es de lo más aburrido, desalentador y melancólico; inmediatamente invade la nostalgia de tener esos momentos de “La Nueva Normalidad” en donde uno, a través del pequeño agujerito con luz integrada de la cámara en la laptop, compartía con los alumnos la intimidad de mi casa, los cuadros de las vírgenes a las que me encomiendo todas las mañanas, el enorme crucifijo sobre la cabecera de la cama y varias figuras de acción en sus respectivas cajas que cuelgan de la pared. Es más, creo que hasta había un intercambio de emociones entre ellos y yo. Además, por primera vez los chamacos tenían puesta su atención en lo que decía y las diapositivas que les presentaba, no como en la antigua normalidad cuando mis palabras y la información eran como la música y promocionales de las tiendas departamentales, que se oyen y ven sin la más mínima atención.

La verdad no extraño aquellas viejas madrugadas cuando el maldito despertador sonaba y en menos de hora y media, como zombi de lo atolondrado del sueño, tenía que bañarme, afeitarme -¡pinches cortadas torpes!- a tientas, descubrir que a la camisa de carquis le hacía falta un botón. Desayunar a supervelocidad que luego se convertía en agruras y acidez estomacal. Generar un titipuchal de estrés por llegar a tiempo entre el tránsito kamikaze. A diferencia de hoy, que mientras los alumnos toman sus notas, fácilmente puedo sacar la ropa de la lavadora, preparar un calientito desayuno, degustarlo y consultar las noticias en internet.

Lo que lamento es que debido a este ojete enclaustramiento pandémico voluntariamente aceptado, no conozco físicamente a mis estudiantes, si, ya no son escolantes, pues los invito a que enciendan sus cámaras con el propósito de conocerlos y evitar sentirme en una vulgar llamada telefónica, además, encender la cámara evidencia que como individuo uno tiene alta estima positiva de su persona. ¡Qué lindo soy! ¡Cómo me quiero, jamás me podré olvidar! Nunca me hubiera imaginado que me iba a tocar tal experiencia, donde la limpieza se casó al civil con la higiene y de padrinos tuvo al miedo y la incertidumbre.

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