jueves, 10 de septiembre de 2020

Pisando colas.

En la Nueva Normalidad del Siglo XXI, donde nuestras manos llevan más de seis meses alcoholizadas por tanto gel antibacterial, que de continuar así las tendremos que llevar a sesiones de Alcohólicos Anónimos, se imaginan poniéndose de pie al decir “hola, soy izquierda y he ingerido etanol al 72%”, a pesar de esto, las viejas costumbres se conservan, como aquel adagio de “Todos tenemos cola que nos pisen” – ¡por cierto la mía es larguísima! -, se nos sigue olvidando, continuamos disfrutando de pisar la cola del prójimo, es más, hasta creo es todo un placer esa falsa sensación de que, al ensuciar la buena imagen del otro, limpiamos la nuestra, pues nos sentimos exentos de los defectos o conductas reprobables de los demás.
Como si uno fuera limpio y puro, como si nunca la regáramos, la neta que me doy asco cuando actuó de esa forma y lo peor es que hasta que lo hice caigo en el error, ¡móndriga conciencia retrasada! Nos lamentamos de la existencia del Covid-19, ¿qué hicimos para merecer esto? Si, así como título de película de Pedro Almodóvar de 1984. Hemos llegado a pensar que es un castigo del Creador, por lo malo que es la gente, y que nuestro cerebro fragüé esas ideas, nos llena de tranquilidad, pues en la oscuridad de la noche cuando intentamos fumar la pipa de la paz con la conciencia, nos las seguimos creyendo, hasta nos consideramos bien “buena onda”.
Lo bueno es que en la Nueva Normalidad ocurren cosas anormales positivas, como el descubrimiento que Pablo Motos hizo de la sordera de boca, la cual consiste en que cuando hablas con el cubrebocas puesto un cincuenta porciento de lo que dices es incomprensible, entonces tu interlocutor a metro y medio de distancia no te comprenderá nadita de nada, y así ni en cuenta de los pisotones de cola que vas dando a los demás, pero… ¿si nuestros cubrebocas pudieran hablar?

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